viernes, enero 23, 2009

Hamás o el síndrome yihadista de "la maté porque era mía"

Superado -al menos de momento- el último capítulo del progomo israelí en Palestina, se impone una reflexión algo sobre de lo que, habitualmente, no se habla durante las ofensivas que son ahora la política redundante hebrea en esas tierras.
Israel está matando Palestina y eso es una realidad incuestionable, pero Hamás la está rematando. Y esa realidad es tan palpable que no queda espacio para la especulación.
Hamás lleva matando Palestina desde el momento mismo de su creación, desde que el primero de los jeques visionarios y yihadistas se convirtiera en caudillo de tropas de mártiles en lugar de en lo que era hasta entonces: un benefactor que abría escuelas y hospitales y -como todo benefactor político que se precie- pasaba dinero bajo cuerda a la OLP para financiar sus actividades.
Alguien argumentará que, si pasaba dinero a la OLP -que realizaba actos violentos, de los que ahora se llaman de terrorismo-, ya entonces estaba matando Palestina. Pero quien argumente eso se equivocará de medio a medio.
El problema no se encuentra en que Hamás mantenga una guerra contra Israel -porque eso es lo que hace, ya que sus cohetes matan del mismo modo que lo hacen los misiles de Israel-. El cambio cualitativo estriba en que, cuando se convirtió en organización armada, dejó de querer una Palestina libre para anhelar una Palestina suya.
La OLP mantenía una guerra justa con los métodos a su alcance hasta que logró el objetivo deseado: un estado palestino o al menos su germen. Entonces, Al Fatah se presentó a unas elecciones y las ganó arrolladoramente, pero la OLP dejó de existir.
¿Por qué no dejó de existir Hamás y se transformó en uno de los muchos partidos religiosos musulmanes - de principio, más o menos pacíficos- como los que pululan por Libia, Irak, Jordania, Siria, Turquía o Argelia?
Que no reconozcan el Estado Hebreo es sólo una excusa -otra de las muchas que dominan los discursos por aquellas tierras-. No abandonó las armas porque las armas eran la única manera de hacer suya Palestina. Hamás nunca quiso una Palestina libre, deseó una Palestina islámica y, por ende, suya.
Por eso se entiende que Israel no sólo permitiera su existencia cuando no era más que un atisbo, sino que además la alentara, permitiéndole establecer bases de reclutamiento en sus mismas narices, madrassas de adoctrinamiento en Gaza y concediéndola derechos que no concedía a Al Fatah y mucho menos a OLP. Para Israel era la política del divide y vencerás porque, desde siempre, estuvo claro que Hamás no aceptaría la Palestina que buscaban los hombres y mujeres de Arafat.
Así que lo que Hamás está buscando es el establecimiento del sionismo inverso o del -inventándonos un término- "mecanismo". Como el Sionismo se basa en el principio de que Israel es la patria de dios y los judíos su pueblo elegido y, por tanto, el único que tiene derecho a habitar en esa tierra, el yihadismo de Hamás se fundamenta en el principio religioso de que Palestina debe ser la tierra de Alá, sólo de Alá y sólo para los hijos de Alá.
Y como Alá -al igual que Yahve- no está entre nosotros para dirigir a sus fieles con puño de hierro, ya nos ocupamos nosotros - nos llamemos Likud o Hamás- de interpretar su designios y sobre todo de ejercer su puño de hierro.
Hamás lo demuestra cada día. Lo demostró cuando tomó militar e ilegalmente el poder de una zona de Palestina, al darse cuenta que el ganar unas elecciones no les posibilita hacer que Mahoma vuelva a la montaña -o la llanura en este caso-; lo declaró abiertamente cuando deportó de los territorios que controlaba no a los judíos -que no había ninguno, que sino también lo habría hecho-, no a los extranjeros, sino a los militantes de Al Fatah; y lo explicita claramente cuando, en mitad de la ofensiva más sangrienta que las legiones hebreas han puesto en marcha en la última década, se dedica a matar a escondidas e impunemente a un centenar de militantes del partido rival, aprovechando la confusión.
Hamás, a diferencia de la OLP que nunca fue yihadista y luchó por Palestina, e incluso a diferencia de otras organizaciones yihadistas como Hezbollah o los Mártires de Al Aqsa -que dicen luchar por el Islam o por Alá- sólo lucha por ella misma. Por el poder.
Hamás está rematando Palestina porque, como todos aquellos que tienen ansía de poder, les da igual que su patria sea un cúmulo de cenizas mientras ellos sean los que gobiernan sobre las cenizas.
En Hamás hasta Alá es una excusa. No una mala interpretación, no una creencia fanática, no una intransigencia furiosa. Es simple y llanamente una excusa para acceder, controlar y perpetuar el poder sobre Palestina.
Si la guerra acabara mañana y los Palestinos consiguieran todas sus demandas -es decir, el Estado Árabe tal y como se concibió en la partición de 1947-, incluso si lograran que más allá de toda lógica razonable se les concediera la capitalidad de Jerusalén y -puestos a imaginar, todo vale- los judíos hebreos anularan la Aliyá y volvieran de nuevo a la diáspora secular que otrora les caracterizó, ocurrirían muchas cosas.
Al Fatah, por supuesto, seguiría en Palestina y gobernaría o intentaría gobernar mal o bien; Hezbollah cogería sus bártulos y buscaría otro sitio -Irak o Afganistán, por poner un ejemplo- para proceder con su yihad -según ellos defensiva, es decir, ellos acuden allí donde los fieles les necesitan-, Los Martires de Al Aqsa se disolverían, como ya estuvieron a punto de hacer hace dos años.
Pero Hamás no. Hamás seguiría empuñando el alfanje y el subfusil para imponer su particular visión de como debe ser Palestina a ojos de El Profeta -que les susurra todos los días al oído como ve las cosas, según parece-.
Y todo eso no significa que Israel no mataría Gaza -y Cisjordania, si se tercia- si no existira Hamás.
A Palestina la está matando y rematándo el mismo virus en diferentes versiones . La está matando un fanatismo religioso -disfrazado de política laica- que defiende que un dios prometió una tierra un pueblo y que sólo los hijos de judías tienen derecho a habitar y gobernar esa tierra. Y otro fanatismo religioso -que ni siquiera se disfraza-, que pretende que sólo los que creen las palabras de su profeta y los preceptos de su dios tienen derecho a habitar en cualquier tierra, la está rematando.
Ambos obvian que Palestina -o, para ponernos bíblicos, la tierra de Canaan- fue habitada por Cananeos, adoradores de Baal -descendido a los infiernos con el más musical nombre de Belial-; Filisteos, adoradores del, ahora también mi vecino infernal, Asmodeo; nabateos, grandes adoradores del vino como su dios Deusares; amorreos, que le hacían genuflexiones a una ninfómana insaciable -y lo digo porque así representaban a su diosa, Astarté-; hititas, que adoraban a una especie de hércules llamado Atrahasis -bajado a los pagos infernales con el nombre popular de Adraxas-; o Hurritas - ¿es que nadie ha escuchado referirse a las tierra bíblicas como la tierra de Ur?-.
El hecho de que todos esos dioses compartan ahora infierno -es curioso, los dioses son diferentes, pero los demonios son los mismos- indica que estaban alli mucho antes de que un grupo de pastores llegara a esas tierras con un nuevo dios llamado Jehová, cuyo nombre no podían pronunciar por respeto y cuyo rostro era una zarza ardiente. Y mucho antes de que, a finales del siglo VII, otros pastores nómadas -son curiosos los paralelismos cuando se encuentran- llegaran con otro dios invisible y el rostro de su profeta en persona.
Pero Hamás y los halcones sionistas de Israel lo obvian porque, si no lo hicieran, su mundo carecería del sentido que le quieren dar. Obvian un hecho fundamental. Ser palestino no es sinónimo de ser judío ni es sinónimo de ser musulmán. Ser palestino sólo es sinónimo de si mismo -o sea, de ser palestino- y debería ser sinónimo de ser libre.
Así que prefieren matar y rematar una tierra, en lugar de reconocer una verdad que no admite discusión: Dios no es israelita y Alá no es palestino.
Aunque ellos crean que sí. Todo es muy sencillo en la mente de cualquier fanático religioso. Se disfrace de lo que se disfrace.

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