jueves, diciembre 24, 2009

ERE en Nochebuena (cuento popular contemporáneo)

Voy a empezar a poner el Belén en mi casa, y, como estoy en crisis, las decisiones que he tomado son las siguientes:
Pastores. Para nadie es un secreto que en todos los belenes hay más pastores que ovejas, parece absurdo, pero siempre ha sido así. Por supuesto me veo obligado a deshacerme de todos, menos uno. Instalaremos pastores eléctricos (cercas electrificadas) con el fin de controlar a las ovejas, y, una vez instalado, se plantea la posibilidad de sustituir, en breve, al pastor por un perro con experiencia.
Personajes gremiales. Es sorprendente la cantidad de artesanos que puede haber en un belén: el herrero, el panadero, el de la leña, el carpintero (haciendo una desleal competencia a San José que se ha cogido baja paternal), el tendero,... y sin embargo es, también, sorprendente ver los pocos clientes que hay. La decisión que hemos tomado es despedir a todos los artesanos, es duro, pero no ha quedado otro remedio. En su lugar hemos contratado a un chino, que en un pequeño comercio fabricará y venderá todos los objetos que vendían los artesanos. (Si el chino decide subcontratar 15 menores para sacar el trabajo es un tema en el que no nos debemos meter).
Posadero. El chino se hará cargo también de la posada. Además, últimamente habían llegado quejas de atención al cliente por parte de José y María. La posada podría funcionar con el sistema de cama caliente.
Lavanderas. Que manía tienen en los belenes con lavar la ropa, con lo fría que debe estar el agua, con tanta nieve. Se suprimen los trabajos de lavanderas, que además eran ocupados siempre por mujeres. Cada uno se lavará su ropa en los ratos libres, potenciando así la equiparación de sexos en cuestión de tareas domésticas.
Ángel anunciador. Suprimidos casi todos los pastores, no tiene sentido la figura de un ángel anunciador. Se sustituye por un anuncio luminoso, en donde además podremos anunciar las ofertas del chino.
Castillo de Herodes. A Herodes le mantengo en su puesto, no es que haga mucho, pero manda, y no es cuestión de ponerse a despedir directivos. Soldados, me quedo con dos por razones de seguridad, (que bastante calentita está la zona) pero los externalizo. Los contrataré por medio de Prosegur Castillos, para que me presten servicio como guardas de seguridad. Ahorro en costes fijos y gano en flexibilidad.
Paseantes varios. Es sorprendente ver la cantidad de personajes que abundan en un belén sin hacer nada, absolutamente nada. Todos despedidos. Esto lo teníamos que haber hecho hace tiempo.
Paseantes con obsequios. He observado que otro grupo de paseantes, algo menos ociosos, pero no mucho más productivos, se dirige hacia el portal con la más variada cantidad de objetos. Uno con una gallina, otro con una oveja, otro con una cesta, otro con un atillo (¿qué llevará el misterioso personaje del atillo?),...Puesto que todos tienen el mismo destino, organizaremos un servicio de logística, para rentabilizar el proceso. Despediremos a todos los paseantes, uno de ellos se quedará con nosotros por medio de ett, y con ayuda de un animal de carga recogerá las viandas cada tres días y las acercará al portal.
Reyes Magos. Por supuesto con un solo rey es más que suficiente para llevar el oro, el incienso y la mirra. Eliminamos dos reyes, dos camellos y los pajes. Posiblemente nos quedemos con el rey negro para no ser acusados de racistas, además es posible que quiera trabajar sin que le demos de alta. Tengo que estudiar, también, la posibilidad de dejar tan solo el incienso y vender el oro y la mirra a otra compañía, ya que debemos de reducir al máximo la inversión en regalos de empresa.
Mula y Buey. La única función de estos animales es dar calor. Esta función será desempeñada por una hoguera, que gasta menos combustible. Realizaremos un assessment center con los dos animales, y el que lo superé trabajará como animal de carga en el servicio de logística antes citado.
San José y la Virgen María. Está más que demostrado que el trabajo que hacen ambos en el portal puede ser desempeñado por una sola persona, y evitamos dos bajas de maternidad/paternidad. Por razones de paridad, nos quedamos con la Virgen María y, lamentablemente, tenemos que despedir a San José (con lo que había tragado el hombre en esta empresa).
El niño Jesús. A pesar de su juventud tiene mucho potencial , y además parece ser que su padre es un pez gordo. Le mantenemos como becario con un sueldo de mierda, hasta que demuestre su valía.
El Belén queda pues de la siguiente forma: Un pastor, con ovejas en un cercado, un chino con un comercio/posada de 24 horas, Herodes y dos guardas subcontratados, un paseante (por ett) con la mula (o el buey) haciendo repartos, el rey negro (ilegal), la virgen y el niño.
Va a ser más soso que otros años, pero me he ahorrado una pasta…

lunes, diciembre 21, 2009

Pliego de descargo navideño del ESI

Estimados señores y señoras y otros componentes de la humanidad en general:
Me permito dirigirme a ustedes en la cercanía de estas fechas que normalmente ustedes suelen considerar tan señaladas para puntualizar algunos aspectos que tradicionalmente han sido mal interpretados con respecto a mi existencia y mi persona.
Primero
En ningún momento he tenido nada que ver con la humanidad. No formo parte de ella y no he formado en ningún momento parte de tan heterogéneo e irregular compendio de seres y estares.
Segundo
No es voluntad mía ni deseo propio aparecer y reaparecer continuamente en cuanto a un edil de tres al cuarto le da por encender unos cuantos millones de luces, enviando al traste el más oriental espíritu de Kioto, si es que este espíritu en concreto alguna vez existió.
Tercero
Niego ante cualquier tribunal divino o humano -si es que los primeros aún existen- toda responsabilidad e implicación en mis apariciones públicas e incluso en mi nacimiento. Ya que, como bien indica mi definición, fui creado y no engendrado al contrario de lo que se piensa.
Cuarto
Contemplo como únicos responsables del proceso creativo que culminó con mi aparición en el mundo a unos individuos que se dieron cuenta de que desaprovechaban todo el año para hacer lo que tenían que hacer y luego, a toda prisa, aprovecharon el supuesto nacimiento de un supuesto individuo para cargar sobre mis hombros la responsabilidad del deber de ejecutar todas las bondades que el género humano se negaba a practicar el resto del año.
Sin ignorar ni restar responsabilidad a El Corte Ingles, Christies e IKEA, a los que considero cómplices posteriores al hecho.
Quinto
Niego toda relación con todos aquellos que, utilizando de forma delictiva mi nombre y superando el nivel de rentas que se considera decoroso entre el común de la humanidad, se arropan en sus abrigos de pieles, sus trajes de sastre y sus vestidos de fiesta y se dedican a repartir comida de saldo y café rancio entre todos aquellos de cuyas rentas miserables son total o parcialmente responsables.
Sexto
Afirmo bajo juramento que no conozco ni he conocido nunca a ninguno de los directivos y responsables empresariales que, empapados de sustancias destiladas varias y arrobados por vapores etílicos diversos, castigan los oídos de empleados con frases grandilocuentes de amor y buenos deseos tras 364 días de tratarles como siervos, negarles aumentos, ampliarles unilateralmente las jornadas y negarles los días libres que les corresponden.
Séptimo
Testifico que tampoco tengo nada que ver con los besos y abrazos que compañeros esquiroles, traidores y maledicientes reparten a diestro y siniestro amparados, de nuevo sin mi consentimiento, en mi identidad y existencia; así como que tampoco he tenido jamás relación alguna con los aduladores, obsequiosos y serviles que aprovechan mi supuesta aparición para regalar oídos de superiores jerárquicos con toda suerte de palabras y sonrisas hipócritas.
Octavo
Niego toda participación, como autor o inspirador, en los ejercicios de disimulo familiar que pretenden acallar y ocultar odios, inquinas, rencores y venganzas, aprovechando estas fechas bajo la manta del silencio y susurros conspirativos a las espaldas de aquellos a los que les une la sangre y la genética
Noveno
Declino toda responsabilidad en los actos de aquellos que pretenden colgarse de los ingresos y las tarjetas de crédito de sus progenitores y familiares directos o políticos de mayor edad para hacerse, en forma de regalos inspirados falsamente por mi presencia, con los bienes y productos que su nivel adquisitivo, su propia avaricia o su consumismo desmedido les han impedido coleccionar a lo largo del año.
Décimo
En último lugar –por ahora- quiero dejar constancia de que en ningún momento ha sentido inclinación ninguna a participar en concentraciones multitudinarias con motivo del final del calendario y ni mucho menos en galas pregrabadas o en directo que tengan como protagonistas a cantantes superventas ni artistas rancios que interpretan villancicos como si estuvieran poniendo música al acto segundo de Ricardo III o cualquier otra tragedia shakesperiana.
Y como única prueba de mi inocencia en este compendio de despropósitos que se atribuyen a mi nombre y existencia aportaré lo siguiente:
Existen personas que ayudan y se preocupan por los demás; está demostrada la existencia de jefes y directivos que tratan con justicia y equidad a sus empleados, de compañeros que ejercen la lealtad y el compromiso con sus camaradas; queda patente que hay familias que se respetan, se quieren, se complementan, se responsabilizan unos de otros y se preocupan por todos sus miembros; está más allá de toda duda que hay individuos que hacen cuentas contando solamente con su dinero y emplean parte de este en gastos que sólo reportan beneficios económicos o afectivos a otras personas.
La prueba no es la existencia mayoritaria de estos tipos de ser humano –que, en realidad, son claramente minoritarios-. La prueba es que son capaces de hacerlo durante todo el año, en el que se supone que mi presencia no se esparce por ese planeta que algunos de ustedes llaman La Tierra.
Del hecho de que esas personas puedan hacerlo se infiere, sin lugar a dudas, que mi esencia o existencia nada tiene que ver en ello y por tanto no soy responsable de que, aquellos que sólo lo hacen en estas fechas, busquen miles de excusas para no comportarse como seres humanos durante el transcurso del resto del calendario, con la mínima decencia que debería exigirle el material genético que les convierte en miembros de esa especie en concreto.

Así las cosas, ruego a la autoridad competente que tenga en cuenta este pliego de descargo para que obligue a humanos en esencia y apariencia a que no me responsabilicen más de todos esos ítems arriba expuestos, ni me utilicen de excusa para sus carencias continuadas.
Atentamente,
El Espíritu del Solsticio de Invierno (aka espíritu navideño desde el año 41 del reinado en Roma del Cesar Augusto Imperator)

lunes, noviembre 30, 2009

Los bares de Las Tablas se la juegan a Darwin

Los científicos -o sea, esas raras gentes que piensan y comprueban las cosas antes de hablar- se han descolgado diciendo que sólo hay dos genes que nos separan de los primates y, claro, eso no nos deja en un buen lugar.
Pero no se trata de sentirnos avergonzados porque nos parecemos demasiado a esos seres de mirada trsite que mascan hojas bajo la lluvia mientran obsevan a Sigourney Weaver con mirada de eterna conmiseración; no se trata de maldecir al difunto Copito de Nieve porque ni siquiera la fotodepilación nos permite derrotar al eterno bello de nuestro pecho o nuestras axilas.
El descubrimiento de los chicos de Cambridge nos deja con el trasero al aire como a los mandriles -otra similitud incuestionable - porque nos hace preguntarnos cuantos genes, alelos, cadenas nucleicas o cromosomas nos separan a unos seres humanos de otros.
Y la respuesta es tan sencilla y tan atronadora que nos ruboriza más allá del bermellón más perfecto que luciría el trasero de otro de esos primos nuestros que cuelgan de los árboles y que han resultado ser más cercanos de lo que desearíamos, para paz de nuestra mente y tranquilidad de nuestro más que desarrollado instinto de superioridad.
La respuesta es ninguno.
No hay nada que justifique que nos sintamos distantes los unos de los otros. Aún ignorando todo lo que se ha dicho y escrito sobre razas o nacionalidades, todos los tópicos universalistas e igualitarios, todas las declaraciones grandilocuentes y expresiones políticas, no hay nada que justifique entre los seres humanos el concepto de desconocido.
No ha sido Darwin -Sir Charles, por supuesto-, no ha sido Humbold, no ha sido un geneticista de Cambridge, ni un naturalista de Yale el que ha recordado a este demonio que los desconocidos no existen.
Ha sido un camarero que no sabe servir una cerveza negra, una camarera a la que le dejaría poner todas las cervezas -negras o rubias- que quisiera y un grupo de gente que se olvidó de que no tenía nada en común con un demonio salido del averno ni prácticamente entre ellos.
Un grupo de gente que decidío que el fin de semana es demasiado valioso como para desperdicicarlo controlando el entorno. Que recordó que la sociedad es grupo y en el grupo el desconocido no existe desde el momento en el que forma parte del mismo.
Aún hay gente que reconoce que la evolución depende de aquello que no conocemos. Que, por instinto o por gusto, descubre que no podemos crecer si nos limitamos a regar la planta -que reglar la flor es otra cosa mucho más íntima- de nuestra existencia con el mismo líquido reciclado que ya ha pasado una y otra vez por la tierra en la que hundimos nuestros pies para sentirnos protegidos y a salvo.
En este mundo en el que la autoayuda es una nueva religión, en el que la afinidad se mide en porcentajes de coincidencia en una encuesta on line, en el que las divisiones se buscan en lugar de encontrarse, se engrandecen en lugar de minimizarse, todavía hay gente que es capaz de saber que la evolución depende del contacto con lo que hasta ese momento desconocia; que el cambio y el crecimiento necesitan adiciones de material a lo que ya tenemos; que, si no conocemos y no damos alas a lo desconocido, terminaremos siendo adelantados por esos primos nuestros que habitan junglas y sabanas y a los que sólo sacamos dos genes de ventaja.
Todavía hay gente que se da cuenta de que la humanidad no se construyó a base de genealogías afectivas y curricula; no se mantuvo a fuerza de presentaciones formales y referencias cruzadas. Todavía hay gente que intuye que la base de nuestra sociedad, de nuestra afectividad y de nuestro futuro está en sumar. En sumarnos unos a otros; que descubre que para sumar hay que recurrir a lo que no está anteriormente. Que lo desconocido es necesario para ampliarnos, engrandecernos y hacernos de nuevo nosotros mismos.
Todavía hay gente que sabe que el futuro no reside en las reuniones privadas, en las comidas familiares, en las conspiraciones solipsististas que nuestro corazón tiene con aquellos que lo conocen al dedillo. Saben que el futuro está en los bares.
Aún quedan personas que reconocen que una copa, una risa, una sonrisa, un broma y un apreton de manos son suficientes para que nuestro corazón y nuestra alegría esten dispuestos a recibir algo de alguien que no estaba en nuestro GPS unos instantes antes.
Todavía hay grupos y personas dispuestas a recibir al extranjero afectivo con los brazos abiertos, a no preocuparse por su integración en el grupo porque no hace falta dejar de ser como eres para que alguien que no te conoce pueda disfrutar y sentirse bien a tu lado. Todavía hay gente que confía lo suficientemente en si misma como para mostrarse a aquellos que no han hecho nada para ganarse un derecho que se gana con el nacimiento y la condición de ser humano.
Es posible que nuestros primos cercanos terminen adelántandonos como ya lo han hecho con nuestros líderes políticos y religiosos; es probable que hayamos alcanzado lo máximo que podemos ser y terminemos languideciendo en nuestra propia existencia hasta alcanzar la decadencia como raza y como especie.
Pero todavía hay gente que, aunque sea inconscientemente, reconoce que la salvación no está en protegernos, en cerrar nuestro entorno a los cuatro que aguantan todo lo que queremos y que nos dan siempre lo que deseamos, aunque lo que deseemos nos esté matando por dentro.
Todavía hay gente que se siente más a salvo con lo que llega de fuera que entregándose al infinito ejercicio baldío de la protección de su entorno y de su soledad.
Todavía existen personas que hacen jornadas de puertas abiertas en las fortalezas de interiorización e intimidad en las que esta sociedad ha convertido nuestros corazones y nuestras relaciones.
Aún hay seres humanos que consideran que tiene que haber un puente fijo y transitable entre la piedra de nuesto casitillo interior y las arenas movedizas que los desconocidos, que por casualidad llaman a su puerta, traen consigo.
Todavía hay gente empeñada en desmentir a Sir Charles -Darwin, por supuesto- y demostrar que la mutación se genera por adición, no por una transformación misteriosa e interna.
El último de esos grupos de gente que garantizan la posibilidad de supervivencia conjunta de la humanidad -incluyendo a los demonios escribientes- ha sido descubierto en Las Tablas.

miércoles, noviembre 25, 2009

El mejor fotografo del mundo

Mientras el mundo se disloca la opinión sobre el rutilante e intrascendente Balón de Oro concedido a Leonel Messi por el plausible motivo de conducir un balón pegado al pie; mientras otros, los más sesudos y culturales, aún discuten sobre los ecos de otros no menos rutilantes y no más tracendentes premios dorados concedidos en Hollywood, por Hollywood y a para honor y gloria de Hollywood; mientras el mundo se agota en la disquisición sobre los merecimientos para el Nobel de la Paz de alguien que lo único que ha hecho es limitarse a no trabajar para la guerra -que no es poco, tal y como está el patio-, alguien que no suele sugerime nada y que corro el riesgo de que no vuelva a sugerirme nada -quizás por la responsabilidad que conlleva el hecho de que sus sugerencias suelen ser automáticamente aceptadas por estos pagos infernales- me ha sugerido el tema de este post con una pregunta y un enlace.

El enlace es este:

Y la pregunta es esta
¿Puede un premio valer más que una vida?, ¿puede una imagen o un texto anteponerse a una muerte? ¿se puede celebrar la muerte por conseguir un reconocimiento y una foto?
Y a respuesta, autómatica y visceral, institiva y acelerada, no me ha hecho saber nada nuevo, pero me ha hecho recordar lo que sé. Eso y la fecha. Sobre todo la fecha.
Me ha hecho recordar una historia que no ha sido contada, que no ha sido publicada, que no ha sido relatada. Que no existía hasta que el encuentro en una escalera de incendios con unos ojos buscadores de felicidad cargados de vida, hasta que la ausencia de unas manos cuyas caricias son capaces de curar hasta las heridas que desconocen, le han dado fuerza a mis musculos cerebrales y cardiacos para recordar que la sabían.
Sé de alguien que, en los años en los que la vida te permite realizar aquello para lo que estás predispuesto, puso el pie en una ciudad que debería ser dorada por santa y que resultó ser roja por violenta.
Sé de alguien que en ese mismo instante, entre las acreditaciones, las explicaciones, las precauciones y los pasaportes, descubrió que Occidente, que aquellos que le habían colocado como su voz, su pluma y sus ojos en ese remoto confín de la razón, estaba loco.
Sé de alguien que descubrió que aquellos que se llaman comprometidos, arriesgados, profesionales no son otra cosa que el reflejo de la cobarde sociedad que les envía a levantar acta de aquello que no les importa pero que les despierta interés.
Sé de alguien que, en la avenida Rasham de Beirut, descubrió que hay una linea roja que nadie se atreve a traspasar; que los más reputados reporteros de guerra nunca pisan; que los más celebrados fotógrafos son incapaces siquiera de reconocer. Hay una linea, pintada con sangre y con vida, que el mundo occidental se niega a percibir.
Y sé de alguien que descubrió esa línea, no porque ninguno de los tres dioses que cobran su tributo de sangre en Jerusalem se lo revelara, no porque ninguno de los gobiernos que pugnan por el control de una tierra, tan baldía como disputada, se lo filtrara. Lo descubrió porque conoció a Kaleb y Rashid.
Kaleb y Rashid tenían nombres tan comunes y desconocidos como son sus nombres falsos, en una tierra y en una guerra en el que los nombres verdaderos son tan escasos como la piedad. Rashid y Kaleb llevaban tarjetas de plástico colgadas al cuello con una cinta de tela azul y blanca y una cámara reflex automática colgada del hombro. Eran fotógrafos, fotógrafos de guerra.
Pero ellos hicieron -junto con otros que por juventud, inexperiencia y compromiso no sabían lo que no debía hacerse- lo que estaba prohibido hacer, lo que la falsa profesionalidad, el afán de protagonismo y la cobardía heredada de siglos de indiferencia hace que ninguno haga. Ellos cruzaron la línea.
Muchos de los que leen estas diabólicas reflexiones virtuales-que no son demasiados- están en este mundo de los llamados medios de comunicación y no estarán de acuerdo conmigo, no estarán de acuerdo con que la diferencia, la línea que hay que cruzar y que no existe ninguna justificación para no atravesar, es la que separa contemplar la vida de defender la vida, comunicar la muerte de evitar la muerte.
Pero eso no se entiende.
Se dice que una imagen puede contribuir a salvar más vidas y es posible que sea cierto, pero deja de serlo cuando se percibe que en nuestras sociedades, que convierten en enemigo irreconciliable al que es más rápido que tú en coger asiento en el metro, ni siquiera se interesan por esas imágenes, por esos trozos estáticos arrancados a una realidad que les importa menos que el futuro de Messi o le vestido lucido por Scarlett Johansson.
Se dice que los profesionales de la comunicación deben mantenerse alejados para informar correctamente, deben evitar implicarse, pero eso resulta cuando menos llamativo en sociedades que consideran un esfuerzo baldío saludar al conductor del autobús en el que se motan y cuya vida ponen en sus manos, en un mundo en el que se puede demandar a los bomberos por dislocarte un hombro mientras te rescataban de un incendio.
A Occidente, a sus gentes, a sus sociedades y a sus medios de comunicación no les importa lo que hay detrás de esa imagen obtenida en mitad del sufrimiento y de la sinrazón, lo que está detrás de esa columna de texto escrita tras el dolor, alrededor de la locura. Sólo les importa el espectáculo.
Y lo sé porque sé de alguien que acompañó a Kaleb mientras, con su silbido de pastor de cabras de las montañas sirias, alertaba a un miembro de la Legión de Hebrón de su presencia y la de su cámara y conseguía, con tan simple gesto, evitar que el asustado soldado siguiera apuntando con su arma automática a un muchacho que le tiraba terrones de arena que se desmenuzban contra su armadura de kepblar.
Y lo sé porque sé de alguien que vio, desde un balcón, como Rashid se situaba entre una miserable barraca de Shabra y un bulldocer militar, renunciando a una imagen impactante pero amenazando con ella, para mantener en pie la miserrima vivienda que alguien en ese campo maldito de llanto y refugio llamaba hogar.
Pero todo eso no lo sabe Occidente, no lo saben aquellos que pagaban a Rashid y Kaleb -y a otros de sus compañeros- por obtener imágenes de un conflicto que alimentaran el espectáculo mediático que les hacían vender más periódicos u obtener más ingresos publicitarios.
No lo saben aquellos que aún no han descubierto que, cuando se aprieta el disparador de una cámara mientras otro aprieta el gatillo de un arma, te conviertes en miembro del mismo pelotón de ejecución, cuando aprietas el botón de una grabadora o la caña de una pluma mientras otro empuña un látigo o un arama asesina te conviertes en colaborador necesario de esa muerte, de lo que ocurre, te trasformas en alguien que no ha hecho nada por evitar la locura y que se ha limitado a formar parte de ella para que otros se sientan a gusto allende los mares y allende la sangre, meneando la cabeza con desaprobación y premiando a aquellos que retroalimentan su propia visión del mundo.
Así que, desgraciadamente sí, en nuestros dias y en nuestros mundos, un premio, un reportaje y una foto son más importantes que una vida.
Lo son porque nadie está dispuesto a dar el paso que dieron Kaleb y Rashid; porque nos escudamos en una profesión para no intervenir, para no hacer nada, para no sentirnos responsables ni implicados en la barbarie que contemplamos.
Y lo sé porque sé de alguien que sujetó las cámaras de Kaleb y de Rashid mientras ellos pretendían salvar la vida de la mujer a la que no habían fotografiado y que había cometido el absurdo error de amar contra su dios
Y lo sé porque sé de alguien que les vio caer a dos manzanas de distancia, cuando ni siquiera sus nombres ni sus tarjetas azules y blancas les libraron del odio que los señores de la oración han desatado sobre la tierra que un día fue santa e intocable.
Y lo sé porque sé de alguien que tuvo que soltar esas cámaras para sujetar a otro de los suyos, a otro de los que habían traspasado la linea roja de la vida, mientras perdia la suya entre sus brazos. De alguien que desde entonces no puede soportar perder a nadie de los suyos, no puede saber que aquellos que le quieren no están a salvo.
Puedo escuchar todas las explicaciones que se puedan dar a que la puerta cerrada de una iglesia permanezca cerrada mientras dos personas que se aman mas allá de sus dioses y todos aquellos que han cometido el error, el mágnifico y orgulloso error, de ayudarlas son heridos o muertos a su alrededor; puedo leer todas las explicaciones éticas y estéticas sobre los motivos que llevan al que hace la fotografía a no evitar que esa fotagrafía se produzca y con ella su publicación, su éxito y quizás su premio.
Pero puedo ignorarlas, puedo reirme de ellas y puedo cuestionarlas porque, como el Gulliver de Swift hay una frase que siempre resuena en mis oídos: "No teneís nada que contarme, podeís creerme o no, no me importa: yo estaba allí". O al menos, sé de alguien que estaba allí. Aunque, por desgracia, no consigo recordar del todo su nombre.
Así que sí, en este mundo un premio, una publicación y una fotografía valen más que una vida humana. Es lo que hay. Es lo que no debería haber.
Pero nadie se llevara mi premio al mejor fotógrafo por una foto. Ese se lo llevó hace tiempo alguien que no hizo la foto e hizo lo que tenía que hacer, aunque de él ya sólo nos quede la memoria.







El mejor fotógrafo del mundo

Mientras el mundo se disloca la opinión sobre el rutilante e intrascendente Balón de Oro concedido a Leonel Messi por el plausible motivo de conducir un balón pegado al pie; mientras otros, los más sesudos y culturales, aún discuten sobre los ecos de otros no menos rutilantes y no más tracendentes premios dorados concedidos en Hollywood, por Hollywood y a para honor y gloria de Hollywood; mientras el mundo se agota en la disquisición sobre los merecimientos para el Nobel de la Paz de alguien que lo único que ha hecho es limitarse a no trabajar para la guerra -que no es poco, tal y como está el patio-, alguien que no suele sugerime nada y que corro el riesgo de que no vuelva a sugerirme nada -quizás por la responsabilidad que conlleva el hecho de que sus sugerencias suelen ser automáticamente aceptadas por estos pagos infernales- me ha sugerido el tema de este post con una pregunta y un enlace.

El enlace es este:

Y la pregunta es esta
¿Puede un premio valer más que una vida?, ¿puede una imagen o un texto anteponerse a una muerte? ¿se puede celebrar la muerte por conseguir un reconocimiento y una foto?
Y a respuesta, autómatica y visceral, institiva y acelerada, no me ha hecho saber nada nuevo, pero me ha hecho recordar lo que sé. Eso y la fecha. Sobre todo la fecha.
Me ha hecho recordar una historia que no ha sido contada, que no ha sido publicada, que no ha sido relatada. Que no existía hasta que el encuentro en una escalera de incendios con unos ojos buscadores de felicidad cargados de vida, hasta que la ausencia de unas manos cuyas caricias son capaces de curar hasta las heridas que desconocen, le han dado fuerza a mis musculos cerebrales y cardiacos para recordar que la sabían.
Sé de alguien que, en los años en los que la vida te permite realizar aquello para lo que estás predispuesto, puso el pie en una ciudad que debería ser dorada por santa y que resultó ser roja por violenta.
Sé de alguien que en ese mismo instante, entre las acreditaciones, las explicaciones, las precauciones y los pasaportes, descubrió que Occidente, que aquellos que le habían colocado como su voz, su pluma y sus ojos en ese remoto confín de la razón, estaba loco.
Sé de alguien que descubrió que aquellos que se llaman comprometidos, arriesgados, profesionales no son otra cosa que el reflejo de la cobarde sociedad que les envía a levantar acta de aquello que no les importa pero que les despierta interés.
Sé de alguien que, en la avenida Rasham de Beirut, descubrió que hay una linea roja que nadie se atreve a traspasar; que los más reputados reporteros de guerra nunca pisan; que los más celebrados fotógrafos son incapaces siquiera de reconocer. Hay una linea, pintada con sangre y con vida, que el mundo occidental se niega a percibir.
Y sé de alguien que descubrió esa línea, no porque ninguno de los tres dioses que cobran su tributo de sangre en Jerusalem se lo revelara, no porque ninguno de los gobiernos que pugnan por el control de una tierra, tan baldía como disputada, se lo filtrara. Lo descubrió porque conoció a Kaleb y Rashid.
Kaleb y Rashid tenían nombres tan comunes y desconocidos como son sus nombres falsos, en una tierra y en una guerra en el que los nombres verdaderos son tan escasos como la piedad. Rashid y Kaleb llevaban tarjetas de plástico colgadas al cuello con una cinta de tela azul y blanca y una cámara reflex automática colgada del hombro. Eran fotógrafos, fotógrafos de guerra.
Pero ellos hicieron -junto con otros que por juventud, inexperiencia y compromiso no sabían lo que no debía hacerse- lo que estaba prohibido hacer, lo que la falsa profesionalidad, el afán de protagonismo y la cobardía heredada de siglos de indiferencia hace que ninguno haga. Ellos cruzaron la línea.
Muchos de los que leen estas diabólicas reflexiones virtuales-que no son demasiados- están en este mundo de los llamados medios de comunicación y no estarán de acuerdo conmigo, no estarán de acuerdo con que la diferencia, la línea que hay que cruzar y que no existe ninguna justificación para no atravesar, es la que separa contemplar la vida de defender la vida, comunicar la muerte de evitar la muerte.
Pero eso no se entiende.
Se dice que una imagen puede contribuir a salvar más vidas y es posible que sea cierto, pero deja de serlo cuando se percibe que en nuestras sociedades, que convierten en enemigo irreconciliable al que es más rápido que tú en coger asiento en el metro, ni siquiera se interesan por esas imágenes, por esos trozos estáticos arrancados a una realidad que les importa menos que el futuro de Messi o le vestido lucido por Scarlett Johansson.
Se dice que los profesionales de la comunicación deben mantenerse alejados para informar correctamente, deben evitar implicarse, pero eso resulta cuando menos llamativo en sociedades que consideran un esfuerzo baldío saludar al conductor del autobús en el que se motan y cuya vida ponen en sus manos, en un mundo en el que se puede demandar a los bomberos por dislocarte un hombro mientras te rescataban de un incendio.
A Occidente, a sus gentes, a sus sociedades y a sus medios de comunicación no les importa lo que hay detrás de esa imagen obtenida en mitad del sufrimiento y de la sinrazón, lo que está detrás de esa columna de texto escrita tras el dolor, alrededor de la locura. Sólo les importa el espectáculo.
Y lo sé porque sé de alguien que acompañó a Kaleb mientras, con su silbido de pastor de cabras de las montañas sirias, alertaba a un miembro de la Legión de Hebrón de su presencia y la de su cámara y conseguía, con tan simple gesto, evitar que el asustado soldado siguiera apuntando con su arma automática a un muchacho que le tiraba terrones de arena que se desmenuzban contra su armadura de kepblar.
Y lo sé porque sé de alguien que vio, desde un balcón, como Rashid se situaba entre una miserable barraca de Shabra y un bulldocer militar, renunciando a una imagen impactante pero amenazando con ella, para mantener en pie la miserrima vivienda que alguien en ese campo maldito de llanto y refugio llamaba hogar.
Pero todo eso no lo sabe Occidente, no lo saben aquellos que pagaban a Rashid y Kaleb -y a otros de sus compañeros- por obtener imágenes de un conflicto que alimentaran el espectáculo mediático que les hacían vender más periódicos u obtener más ingresos publicitarios.
No lo saben aquellos que aún no han descubierto que, cuando se aprieta el disparador de una cámara mientras otro aprieta el gatillo de un arma, te conviertes en miembro del mismo pelotón de ejecución, cuando aprietas el botón de una grabadora o la caña de una pluma mientras otro empuña un látigo o un arama asesina te conviertes en colaborador necesario de esa muerte, de lo que ocurre, te trasformas en alguien que no ha hecho nada por evitar la locura y que se ha limitado a formar parte de ella para que otros se sientan a gusto allende los mares y allende la sangre, meneando la cabeza con desaprobación y premiando a aquellos que retroalimentan su propia visión del mundo.
Así que, desgraciadamente sí, en nuestros dias y en nuestros mundos, un premio, un reportaje y una foto son más importantes que una vida.
Lo son porque nadie está dispuesto a dar el paso que dieron Kaleb y Rashid; porque nos escudamos en una profesión para no intervenir, para no hacer nada, para no sentirnos responsables ni implicados en la barbarie que contemplamos.
Y lo sé porque sé de alguien que sujetó las cámaras de Kaleb y de Rashid mientras ellos pretendían salvar la vida de la mujer a la que no habían fotografiado y que había cometido el absurdo error de amar contra su dios
Y lo sé porque sé de alguien que les vio caer a dos manzanas de distancia, cuando ni siquiera sus nombres ni sus tarjetas azules y blancas les libraron del odio que los señores de la oración han desatado sobre la tierra que un día fue santa e intocable.
Y lo sé porque sé de alguien que tuvo que soltar esas cámaras para sujetar a otro de los suyos, a otro de los que habían traspasado la linea roja de la vida, mientras perdia la suya entre sus brazos. De alguien que desde entonces no puede soportar perder a nadie de los suyos, no puede saber que aquellos que le quieren no están a salvo.
Puedo escuchar todas las explicaciones que se puedan dar a que la puerta cerrada de una iglesia permanezca cerrada mientras dos personas que se aman mas allá de sus dioses y todos aquellos que han cometido el error, el mágnifico y orgulloso error, de ayudarlas son heridos o muertos a su alrededor; puedo leer todas las explicaciones éticas y estéticas sobre los motivos que llevan al que hace la fotografía a no evitar que esa fotagrafía se produzca y con ella su publicación, su éxito y quizás su premio.
Pero puedo ignorarlas, puedo reirme de ellas y puedo cuestionarlas porque, como el Gulliver de Swift hay una frase que siempre resuena en mis oídos: "No teneís nada que contarme, podeís creerme o no, no me importa: yo estaba allí". O al menos, sé de alguien que estaba allí. Aunque, por desgracia, no consigo recordar del todo su nombre.
Así que sí, en este mundo un premio, una publicación y una fotografía valen más que una vida humana. Es lo que hay. Es lo que no debería haber.
Pero nadie se llevara mi premio al mejor fotógrafo por una foto. Ese se lo llevó hace tiempo alguien que no hizo la foto e hizo lo que tenía que hacer, aunque de él ya sólo nos quede la memoria.






viernes, noviembre 20, 2009

La piratería de la supervivencia no atraca en Somalia

Mientras la opinión pública española dirime en los bares y tabernas, en los pasillos y las marquesinas, en los debates y las tertulias, si el ejército español está a la altura adecuada para poder desarzonar piratas -curioso verbo, muy corsario en si mismo- , si los servicios secretos españoles están a la suficiente bajura para lograr otros fines y si el Gobierno español debe ser el único que realice sus operaciones encubiertas de forma pública y con invitaciones personalizadas para los directores de medios de comunicación, el mundo real sigue avanzando -o retrocediendo, que nunca se sabe-.
Los piratas siguen a lo suyo, o sea, intentando cazar barcos; los atuneros siguen a lu suyo, o sea, huyendo de los caladeros cuando aparecen los piratas que intentan cazarles -parece un comic de El Corsario de Hierro pero no lo es-.
La oposición sigue a lo suyo, o sea, intentando aprovechar hasta El Milagro de Petinto para desarzonar -también en su versión más corsaria- al Gobierno del andamio inestable e inseguro en el que se ha convertido el poder en España; y el Gobierno sigue a lo suyo, o sea, no hacer nada salvo inventar políticas de imagen que consigan ocultar el hecho de que no hace nada.
Y el mundo real sigue a lo suyo y, aunque a nuestros analistas de taberna, pasillo y programa televisivo les parezca increíble, lo suyo nada tiene que ver con el Alakrana, su patrón irresponsable, sus marineros inocentes y sus piratas fugados con abaogados de traje recto en los despachos de la city londinense. Tiene que ver con la supervivencia.
Todos esos nombres de sonoridad cinematográfica, de futura memoria literaria y televisiva como Alakrana, Gürtel, Pretoria o Millet se resumen en una línea, en una estrategia que ya era antigua cuando los Parthos masacraban a la infantería romana parapetada tras sus cuadrados y perfectos diseños de tortuga. Tiene un nombre: cortina de humo.
Son algo a lo que aferrarse, algo que mostrar a todos aquellos que cada mañana, cuando ponen el pie en el suelo y saltan del colchon, se enfadan y se hacen cruces -aunque sean cruces laicas, por supuesto- cuando se dan cuenta de que su supervivencia les está impidiendo vivir; cuando descubren que yo ne envidian al que llega a fin de mes, sino al que cobra al principio del mismo.
Los marineros del Alakrana están en casa. Como lo están otros muchos.
Otros a los que la pirateria cotidiana de arribistas que se agarran a la crisis para apropiarse de vidas y haciendas, a través de sueldos miserables, presiones laborales y jornadas stajanovistas, les obliga a seguir en casas en las que no quieren estar, soportando podridos afectos familiares que ya nada tienen que ver con su vida.
Otros que se ven forzados a introducir en la ecuación de los afectos y los planes de futuro la falta de vivienda, el fin del alquiler o la imposibilidad de pagar una cosa o la otra, merced a la constante necesidad de supervivencia a ultranza que impone esta crisis nuestra, que ha sido la primera y será la última en desaparecer de corazones que no deberían verse obligados a tener en cuenta el dinero para decididr sobre sus latidos.
Los piratas somalíes -suena hasta poético, no lo negemos- huyen mezclándose entre la población civil, pero los otros, los nuestros, no huyen -aunque si se camuflan entre la población civil- después de tremolar en el viento su grito de guerra, tambén tremendamente fílmico de "enseñame la pasta, Jerry".
Y así, dejan a los demás sin posibilidad de escapar de empresas bucaneras que recuperan el concepto de la condena a galeras, amparadas en la escacez de alternativas; que creen poder disponer del tiempo completo de la vida de sus empleados bajo el escudo del "es lo que hay" y la "jornada flexible"; que destruyen y anulan derechos ganados con el sudor y la sangre de generaciones de trabajadores, bajo la bandera en la que se dibuja la calavera de la crisis y las tibias del mileurismo y la falta de oportunidades.
Hacen pasar a las pequeñas empresas y los negocios tradicionales por la quilla de una mar infestada -en este caso, sí- de negativas de créditos; de ejecuciones de avales y de planes de viabilidad; disparan a la línea de flotación de buques familiares que ven como sus iniciativas se hunden por falta de apoyo económico mientras las cuentas de representación siguen subiendo, siguen navegando a toda vela por un mar en el que parece que los arrecifes de la crisis no son percibidos ni esquivados.
Enviar al fondo del mar a sesenta piratas en el Oceano Índico o hacer dar con sus huesos en la cárcel a 60 millones de piratas que descargan ilegalmente canciones o libros no tiene nada que ver con el honor de nuestro gobierno, de nuestra oposición o de nuestro país.
Podríamos ahorcar a Sir Francis Drake en el puerto de Bilbao, podríamos someter a escarnio público al Pirata Barbanegra y hacerle desfilar encadenado bajo el Arco del Triunfo del madrileño Paseo de La Moncloa y ni nuestro gobierno ni nuestra oposición tendrían derecho a levantar la mirada del suelo. Quizás el ejército español si podría, pero lo demás deberían seguir estando rojos -lo siento por algunos- de verguenza y verdes de envidia.
Ni el Caso Gürtel, ni la liberación del Alakrana tienen nada que ver con el honor y la dignidad de España y su gobierno. Hacer todo lo posible por devolverles la vida a aquellos a los que la supervivencia se la ha arrebatado es lo único que haría de nuestro gobierno y de nuestra oposición instituciones honorables.
Pero claro, eso no pasará. Porque, tras el Alakrana, el mundo, nuestro mundo, sigue a lo suyo.

miércoles, noviembre 11, 2009

... Y dejaras de odiarme


Sé que no soy tu hijo más leal, ni más complaciente,
como tú no eres el padre más cuidadoso y más protector .

Sé que nunca has de amarme porque no te respeto.
Sé que nunca he de amarte porque no me comprendes.
Pero, por una vez, agradecería algo de ayuda.

Agradecería que olvidaras que me odias y olvidaras que te odio.
Y que me concedieras aquello que te pido,
aunque te pida algo que no pueda pedirse.

Quisiera una vida feliz con alguien que me quiera,
aunque esta acabara la mañana siguiente tras haber comenzado.

Agradecería que por una jornada,
por un ínfimo instante en tu infinita vida,
ejercieras de padre y dejaras de odiarme.

lunes, noviembre 02, 2009

La judicatura saca a las divorciadas de Matrix

Me encontraba yo dispuesto a gastar un nuevo torrente de tinta sobre la eterna e irresuble lucha de poder entre los que no tienen poder y quieren tenerlo -o sea el PP-, cuando me he desayunado con la noticia de que parece ser que los jueces de este santo país -menos santo de lo que la Conferencia Episcopal desearía, por fortuna- han comenzado a recordar que la justicia es ciega y que, aunque mire de vez en cuando por una rendijilla de su venda, no es, ni mucho menos positivamente discriminatoria.
O sea que sus señorías -incluidas sus señorías femeninas, lo cual las honrra más allá de mis pesimistas expectativas- se han dado cuenta de que divorciarse de alguien no implica tener que quedar en la inopia; se han dado cuenta de que el ladrillo y la genética no van de la mano.
Se han dado cuenta de que vivienda y custodia no son, como diría el inclito señor bajito del bigote y las botas de montar, antes conocido como Franco, una unidad de destino en lo universal.
Una jueza de Pamplona decreta que, tras una separación, la mujer que, como viene siendo habitual desde el albor de las separaciones y divorcios, se queda con la casa y con la custodia, tiene un plazo de dos años para liquidar los ganaciales y darle a su ya ex pareja la parte que le corresponda de la vivienda -que, por cierto era una vivienda social propiedad anterior del varón en cuestión- si no quiere perder el uso y disfrute de la misma.
La jueza no vincula la custodia al disfrute de la vivienda. Vincula la vivienda al disfrute de los hijos y por tanto -haciendo una proyección jurídica lógica- si pierde el disfrute de la vivienda y los hijos permanecen en ella, perderá la custodia.
De un plumazo legal ha obligado a la honorable señora a tomarse la pastilla roja que la ha sacado de matrix y le ha dado la bienvenida a un mundo horrible en el que el disfrute de las propiedades corresponde a aquellos que las adquieren, independientemente del estado civil en el que se hallen.
El lobby feminista ha tardado apenas una fracción de segundo en rasgarse las vestiduras, la audiencia provincial de Pamplona ha tardado diez días en revocar la sentencia: El Tribunal Supremo ha tardado 48 horas en aceptar el recurso contra la revocación dictada por la Audiencia Provincial.
La maquinaria legal sigue en marcha y seguirá, pero lo importante es que por fin alguien -una jueza- dentro del aparato del Estado reconoce que separarse de alguien no da derecho a una mujer a disfrutar los bienes de otra persona parapetada bajo el escudo de carne y crecimiento que suponen los hijos.
Ahora son sólo unas pocas sentencias, pero por fin, aunque el ministerio que se supone que se encarga de esas cosas siga mudo al respecto, alguien ha recordado que la igualdad es bidireccional.
Se ha atrevido a decir en papel oficial y timbrado que yacer oficialmente - por no utilizar otro término más sonoro- con un hombre no obliga al sistema a garantizarte que ese hombre siga manteniendote el resto de tu existencia; que aportar la mitad del material genético de una criatura no te gatrantiza poder utilizarle para obtener beneficios económicos de aquellos sin cuyo 50 por ciento toda concepción es físicamente imposible -salvo de Inmaculada Concepción de María, se entiende-; que asumir el cuidado y la custodia de alguien de quien, por obligación ética y legal, tienes que hacerte cargo en cualquier circunstancia no te da patente de corso para expoliar y ocupar ad eternum los bienes de otro.
Que, cuando alguien vive y disfruta la vivienda de otra persona, no es una víctima de la sociedad machista y el abandono de un hombre sin escrúpulos: es, simple y llanamente, una Okupa -con la "k" y todo-.
Queda tiempo para que el sistema judicial y político se retire la venda rosa y radical tras la que todavía se esconden las pensiones compesatorias en un divorcio en el que objetivamente el más perjudicado economicamente es el hombre.
Queda tiempo para que la pildora de salida de Matrix se extienda como el frío cromo hace por la piel de Neo por la sociedad para que se llegue a la obligatoriedad de liquidar los gananciales de forma inmmediata al divorcio -como en el resto de Europa-; para que se tenga en cuenta a la hora de asignar custodias quién es el conyuge que se encuentra en mejores condiciones económicas y no el mito arcaico de "madre no hay más que una"; para que los problemas psicológicos para los hijos que puede acarrear una separación se aborden desde la custodia compartida y no desde los gastos extras en psicólogo que las divorciadas cargan sobre sus ex parejas.
Restan probablemente algunos años para que hombres y mujeres -sobre todo mujeres- salgan de la hermosa vida virtual que les proporciona esa Matrix Divorcista que las protege y las ampara como si fueran sus abuelas en lugar de las mujeres independientes, activas y autosuficientes que dicen ser.
Quedan años para que los lobbies que viven del victimismo femenino pongan como ejemplo a mujeres que han sabido ser autosuficientes -que haberlas las hay y muchas- en lugar de a las plañideras que piden y piden constantemente a gobiernos y Estados que les garanticen una buena vida a costa de sus ex maridos sin tener que mover un dedo y poniendo como excusa a hijos a los que dejan al cuidado de cualquiera.
Pero la pildora ha sido ingerida. Aunque no sea negra y no vista un imponente gabán de cuero, la justicia ha obligado a tragar al somnoliento lobby feminista la pastilla y, cuando han entreabierto los ojos para protestar, ha citado a Morfeo ante todas las divorciadas que creen que nueve meses de embarazo confieren derechos inalienables sobre el trabajo y la vida de aquellos que las eligieron para tener un hijo:
Bienvenidas al mundo real

sábado, octubre 24, 2009

La obvia confianza del enemigo

Hay momentos en los que la obviedad resulta un insulto. Pero lo obvio no se vuelve insultante porque se recuerde, sino porque todos aquellos que deberían tenerlo en cuenta lo omiten como si no existiera, como si pudiera cuestionarse, como si estuviera sometido al arbítrio de su voluntad.
Y la obviedad que se obvia hoy, que se vuelve redundante en esta jornada, es mucho más trágica en cuanto a que su omisión afecta a la posibilidad de la desaparición como entes vivos de seres humanos:
Alguien ha olvidado o se empeña en olvidar que ningún Estado, país, entidad o persona debería disponer de armas de destrucción masiva de caracter termonuclear.
Las potencias, las siete potencias, es decir, los de siempre, se impacientan, se rasgan las vestiduras, se mesan las cabelleras y se golpean el pecho por que Iran, el de siempre, se niega, se demora o se piensa abandonar el proyecto de tener una bomba nuclear.
Y resulta lógico. Superado el antiamericanismo, el anticomunismo y todos los antis que se nos puedan venir a la cabeza como herencia de los procesos de pensamiento setenteros que aún afectan a muchos antisitema de rastas de Alain Aflelou y piercing, resulta lógico que Irán no deba tener una bomba atómica.
Resulta lógico porque no es de fiar para todos aquellos que, como diría la abuela de muchos, son gentes de bien.
No es de fiar un régimen que cuelga a los homosexuales de camiones grúa, no es de fiar un gobierno que reprime a las mismas universidades que les encumbraron hace una triintena de años, no es de fiar un régimen que se basa en una interpretación fanática y sectaria de una religión que, como todas las religiones, ya tiene demasiado de sectaria como para interpretarla al alza.
Pero Irán no es de fiar no por ninguno de esos motivos que le hacen rechazable y criticable. Irán no es de fiar, simplemente por el hecho de quiere tener una bomba nuclear.
Y entonces es cuando la obvidad explota delante de nuestros ojos y en lo profundo de nuestras mentes, dejando un hongo que nos trae a la memoria la lluvia negra y las lágrimas blancas de Hiroshima y Nagasaki: ningún Estado que quiera tener una bomba atómica es de fiar.
Y el recuerdo de que las siete potencias, las de siempre, tienen ingenios de destrucción masiva de caracter nuclear -¡qué bonitos han sido siempre los eufemismos!- nos hace preguntarnos si son de fiar.
Irán no puede hablar de desarme nuclear, no puede hablar de no proliferación, no puede hablar de destrucción de arsenales estratégicos -yo siempre creí que la estrategia se basaba en mover ejércitos, no en barrer poblaciones de la faz de La Tierra- por un simple motivo. Irán no tiene una bomba atómica, la quiere, la busca, la desea como el anillo del Señor Oscuro del relato fántastico, pero no la tiene.
Así que, si no debo fiarme de quien no la tiene porque la quiere, tampoco debería fiarme de quien la tiene y no quiere desharcese de ella.
Pero nos repiten que Rusia, Estados Unidos, Alemania, El Reino Unido, China y todos los que poseen de forma pública o secreta armamento nuclear, son de fiar y por eso tenemos que estár tranquilos.
Nos repiten que Israel es amiga, que la India es amiga, que Georgia, Ucrania o Japón son amigos y por eso no debemos preocuparnos. Porque nunca nos tiraran la bomba a nosotros, nunca utilizarán la estrategia primitiva de reducir la cuenta de enemigos a cero en nuestra parte del mapamundi.
Claro que eso nadie se lo asegura a Corea del Norte, a Siria, a Pakistán ni, por supuesto a Irán. Ellos cayeron en el lado equivocado del planifesrio bélico, político e ideológico con el que nos manejamos.
Así que, por supuesto, Irán no se fía y quiere su bomba. Pakistan no se fía y tiene su bomba, Corea del Norte no se fía y quiere su bomba. O todos o ninguno. O follamos 0todos o la puta al rio, que diría de nuevo la abuela de muchos.
Pero lo que nadie cambia es la forma de ver las cosas. Lo que nadie se empeña en mudar, lo que nadie pretende alterar es esa vieja política estrategica prusiana de "el enemigo de mi enemigo es mi amigo".
Y eso es lo que está llevándonos a donde estamos. Ni el uranio, ni el desmoronamiento de la URSS, ni la tecnología, ni los científicos mercenarios hindúes. Es ese absurdo razonamiento de andar por casa, de pan para hoy y hambre para mañana. Es esa estrategia de juego de mesa la que está obligando a unos a mantener su armamento y a otros a intentar lograrlo.
El enemigo de mi enemigo mañana puede ser mi enemigo. Así que todos nos quedamos sin armas nuecleares y todos tan contentos.
¿Por qué los Estados se empeñan en confiar cuando la desconfianza es una realidad obvia que nunca conviene omitir?

domingo, octubre 11, 2009

Los otros libros ardientes

Ahora que Amenabar, el ínclito Amenabar, nos habla de la mano y de la vista de Rachel Weist, la bella Rachel Weist, de bibliotecas perdidas y barbaries culturales, a mi me ha dado por recordar otra perdida, otra barbarie cultural y otra quema de libros.
Cuando me enteré del a historia de esta pérdida (no siempre supe todo, hay cosas que he aprendido) estó fue lo que escribí.

Epitafio tardío por los libros de Yongle

Por Gerardo Boneque
Esto es lo mas parecido a un cuento chi­no que occidentales como nosotros po­demos contar.
Hace muchos años hubo un empera­dor que, como todos los emperadores, mató a la mitad de su familia para llegar a ser emperador.
Como todos los emperadores, tenía miedo, así que dio la orden de construir una ciudad para él y lo que quedaba de su familia de la que nadie pudiera entrar ni salir sin permiso.
Como todos los emperadores, tenía ansias de poder. Así que ordenó que una flota de 1.100 barcos surcara los mares para buscar nuevos territorios so­bre los que gobernar.
Como todos los emperadores, se sentía culpable.
Pero al contra­rio de lo que hacían sus iguales en las tierras en las que se pone el sol, no decidió hincar la rodilla y buscar un dios al que rezar.
Como Yongle era emperador buscó una forma de lavar su conciencia. Como era chino decidió hacerlo con la cultura.
Ordenó que se reuniera en una enciclopedia el compendio de to­dos los saberes y todas las artes que hasta entonces había origina­do la tierra sobre la que gobernaba.
Como sólo corría el año 400 de nues­tra era y los chinos por entonces eran po­cos, la enciclopedia sólo abarcó 11.095 volúmenes. Como los que sabían escri­bir eran aún menos, sólo se hicieron dos copias. Como 3.000 sabios se dedicaron a ello, sólo tardaron tres años.
Y así nació la enciclopedia nueva del emperador. La Enciclopedia de Yongle. Pero en China, en oriente, lo importante no es como nacen las cosas. Lo impor­tante es como mueren.
Esta es la historia de la muerte de la enciclopedia nueva del emperador.
Pasaron los años y el emperador, como todos los emperadores, perdió una guerra y dejo de serlo. A su dinastía, la Ming, la siguió su dinastía rival, la Qing.
Y cuentan que, en plena batalla, un general que, como suelen hacer los ge­nerales, sólo quería quedar bien con el nuevo emperador, quemó y saqueó la Ciudad Prohibida, esa ciudad que Yon­gle construyó para estar a salvo. Y tam­bién cuentan que el nuevo emperador qing, cuando vio las llamas y cuando vio arder la biblioteca imperial, hizo lo único que se le podía ocurrir hacer a un chino al ver que alguien había hecho arder el más grande compendio de su cultura.
Cuentan que el emperador qing lloró. Lloró e hizo ejecutar al general.
La Enciclopedia del Yongle, que ya ni era nueva ni era del emperador, descan­só varios siglos en manos de sus enemi­gos, que vivían en la ciudad que él había construido para protegerse de ellos.
Pero entonces llegaron las Guerras del Opio. Y con las guerras del opio lle­garon los franceses. Y por aquel enton­ces allá donde iban los franceses les se­guían los ingleses. Y con los franceses y los ingleses llegaron sus ejércitos. Y con los ejércitos de occidente siempre, sin excepción alguna, llegan las llamas.
La Ciudad Prohibida ardió de nuevo y, cuando los occidentales se volvieron a casa con el control de las rutas del opio en el bolsillo, en las 700 estanterías que habían albergado la única copia que aún quedaba de la enciclopedia de Yongle sólo había ceniza. Corría el año 1834 cuando los chinos respiraron aliviados porque los occidentales al menos habían dejado el original inmaculado.
Pero occidente no suele cometer el error de no llevar un error hasta sus úl­timas consecuencias. Así que, cuando gobernaba la última descendiente de la dinastía que había guardado la enciclo­pedia nueva de un emperador que era su rival, volvieron para acabar el trabajo.
En 1900, las ocho potencias de enton­ces, es decir, las de siempre: Inglaterra, Austria Hungría, Francia, Rusia, Italia y Japón, más una nueva -por desgracia una nueva-, Estados Unidos, volvieron a visitar la Ciudad Prohibida y volvieron a llevar sus ejércitos como regalo.
La ciu­dad volvió a arder y la enciclopedia nue­va del emperador, que ya era única y no tenía copias, volvió a arder y a desapare­cer entre el saqueo y el pillaje occidental. Hoy sólo quedan 400 de los 11.095 tomos que comprendía esa obra de arte sobre las artes chinas. Y aún hemos de dar gracias.
Como Austria Hungría tenia un Archivo y los austro húngaros eran metódicos, los 45 volúmenes que llegaron a esas tierras se catalo­garon, se almacenaron y se olvida­ron.
Como Inglaterra tiene pasión por exhibir la cultura, aunque sea robada, el British Musseum arran­có los 30 volúmenes que llegaron a la Pérfida Albión de manos de sus lores generales y los exhibió para orgullo del Imperio.
Como Francia tiene pasión por el conocimiento, guardaron los 28 libros ininteligibles que su ejercito les llevó en espera de que algún francés les encon­trara significado.
Cómo Japón es oriental devolvió lo robado.
Por desgracia para el mundo, como Estados Unidos es Estados Unidos, los más de 100 volúmenes que llegaron a esa tierra se perdieron en las brumas de Boston y de Filadelfia y probablemente en la chimenea que calentaba la casa solariega de algún general en Idaho.
Por eso, de la nueva enciclopedia del emperador Yongle sólo nos quedan 400 volúmenes cuidados con mimo en 8 paises y un dicho:
Si las potencias son civilizaciones han leído la enciclopedia de Yongle. Si sólo son potencias se han limitado a quemarla.

lunes, septiembre 07, 2009

Los esclavos, el movil y los esclavos

Hoy tenía pervisto ascender de mis moradas infernales -o descender, que nunca se sabe- para hablar de las esclavitudes modernas. De una de ellas. Esa que nos hace vivir pegados al teléfono móvil.
Esa que nos hace alargar nuestras jornadas más allá de nuestra presencia física en los lugares de trabajo -aquellos que aún tienen la suerte de tener un lugar de trabajo- y de tener que ocupar nuestros oídos y nuestros cerebros en asuntos laborales cuando deberían estar atentos a la familia, el amor, la diversión o el descanso.
Esa que nos hace pregonar nuestras miserias y nuestros orgullos a voz en grito en mitad de la calle; nuestras derrotas y nuestros triunfos -mucho más los triunfos, eso sí- en un vagon de metro o en una silla de autobús. De esa que nos obliga a hacernos públicos por temor a que los que nos rodean no tengan claro que somos alguien, que estamos vivos.
Iba a hablar de esa invasión tecnológica de lo laboral en lo privado y de esa renuncia a la intimidad y a dividir los espacios. Iba a hablar del miedo; siempre es el miedo al final. El miedo a que me despidan si no cojo el teléfono, el miedo a que no me consideren comprometido con el trabajo, el miedo a perder unos euros que hoy son imprescindibles en las cuentas cada vez menos líquidas de personas y empresas. Iba a hablar de esos miedos y otros muchos que nos obligan a ponen nuestro pulgar, ya calloso y curtido de enviar sms, sobre la tecla de contestar y que nos impiden utilizarlo sobre la tecla de desconexión cuando llama un jefe o un cliente.
Iba a hablar de la esclavitud del móvil cuando veintisiete millones de razones me impidieron hacerlo.
No es que me haya tocado el euromillón. Es que ese es el número de personas que en el mundo se ganan a pulso y dolor, a sufrimiento e injusticia, cada amanecer y cada anochecer el nada deseoso título de esclavos.
Personas que pagan 300 euros de una deuda de sus abuelos con catorce años de trabajos forzados en los arrozales de La India; personas que nacen y mueren en los palmerales vietnamitas sin tener otra opción que trabajar en servidumbre a cambio de un trozo de pan y del agua de la lluvia, porque alguien perdió algo en un juego de azar.
Personas que no tienen un móvil porque si lo tuvieran tendrían que pagar con el trabajo esclavo de tres generaciones el precio de tan exquisita herramienta tecnólogica. Ellos si son esclavos. Nosotros no. Ellos si merecen justicia y conmiseración. Nosotros no.
Nosotros hacemos lo que hacemos y sufrimos lo que sufrimos porque queremos hacerlo, porque nos sentimos obligados a demostrar y a demostrarnos que vivimos.
Nuestras esclavitudes, nuestras nuevas esclavitudes, son un paño de lágrimas que nos convierte en víctimas cuando somos complices de esas intromisiones, de esas invasiones; cuando forzamos a golpe de cambio semestral -o incluso trimetral-, a reclamo de evolución técnológica y campaña publicitaria, la adquisición de grilletes más perfecionados y novedosos. Y los pagamos de nuestro propio bolsillo.
Pero las suyas, la de los que doblan el espinazo y la dignidad en Niger, en Mauritania, en La India o en Sudan, son impuestas. No pueden salir de ellas con un solo dedo, con un Acuerdo Marco, con un red de repetidores que rechace las llamadas individuales o con una sesión de terapia contra el estrés o contra la adicción al trabajo.
La manumisión de los siervos de la gleba del siglo XXI -hasta al escribirlo parece imposible- pasa porque nosotros, los que nos esclavizamos sin necesidad, los que nos convencemos de lo mal que estamos para no hacer nada para estar mejor, nos sintamos privilegiados -que es lo que somos- y dejemos de aplicar nuestros oídos y nuestras voces a nuestras miserias para destinarlos a las miserias del mundo. En la era de lo políticamente correcto en el lenguaje, debería establecerse una multa a todos aquellos que utilizan la palabra esclavitud de forma inadecuada.
Mientras haya un solo esclavo real no tenemos derecho a ser esclavos metafóricos de nada ni de nadie.
Nuestras dependencias, nuestras falsas y pírricas esclavitudes, son el producto de una sola cosa: nuestros miedos, nuestros terrores nocturnos y diurnos que se crean, se desarrollan y se anquilosan en nuestras mentes, cuando sustituimos vida por supervivencia. Las demás, las verdaderas -esas que aún existen, aunque las películas no vendan que ya se acabaron- son fruto de la injusticia. La diferencia está tan clara que no debería ser necesario explicarla.
Así que, la próxima vez que tengamos la tentación de quejarnos porque no podemos despegarnos del teléfono móvil tactil 3G de última generación; porque nuestros compañeros, nuestros jefes o nuestros clientes invaden nuestros espacios y tiempos de diversión y de reposo, la próxima vez que miremos al artilugio con reluctancia -sino con odio-, la próxima vez que nos sintamos esclavos del móvil, sólo tenemos que, como un niño que no puede dormir, comenzar a contar esclavos, esclavos de verdad, hasta llegar a veintisiete millones.
Para entonces la llamada se habrá agotado. Y si insisten, sólo tenemos que hacer lo que estamos obligados a hacer por nosotros mismos. Evitemos nuestros miedos y nuestras dependencias; superemos nuestros terrores y nuestras exigencias psicológicas.
Apaguemos el móvil
Si nuestra manumisión es tan sencilla, ahorraremos fuerzas para otras que son bastante más complicadas. A lo mejor no sabiamos de esto porque nadie nos ha llamado al móvil para contárnoslo.

domingo, septiembre 06, 2009

Un poema, ¿o no? (no es lo que parece ¿o sí?)


Un rayo luminoso que aterriza
hace apartar la mirada a los demonios,
los dispersa, los vuelve contra el cielo
los incita a creer, los hace libres
Y crece junto a uno que lo admira, se resiste
a apartarse de ese rayo intenso que ilumina
su alma hasta entonces tan triste y mortecina
que apenas es ya un alma o una vida.

Ese rayo se aguanta junto al vástago
del corruptor infinito de las almas.
Le recuerda la luz, la da la calma
le deja ser quien fue, le pinta el alma.
Y el demonio se aguanta junto a ella
cual una llama infinita que no quema,
se la acerca a la piel, la vuelve suya,
la pretende arrastrar hasta su sima

Y la luz permanece en su presencia,
dejada de las restantes huestes celestiales,
apartada de si, de aquello que antes era,
luchando contra ellas por su ausencia.
Defendido de Dios por su luz salvadora,
el demonio agradecido la intenta proteger.
Se la acerca aún más, se vuelve fiero,
se la guarda en la piel y así la quema.

Grita cuando comprende lo que ha hecho
y la intenta curar, repararle las alas.
Más no puede, las plumas se le queman:
No es capaz de crear contra su esencia.
Así que, con intenso dolor y sin demora
se arranca de las suyas las membranas.
Él ya no volará, apenas si le importa.
Anclado en las oscuras simas del averno,
ve elevarse la luz que ahora remonta

Y su amo Lucifer le dice: “no la ansíes,
ahora permanece callado en la penumbra.
No intentes perseguirla, no la adores:
Bienvenido al infierno que es tu vida.
Desde aquí mírala, mas no la sueñes,
ni siquiera respires cerca de ella;
no sea que el sulfuroso aliento que respiras
haga arder esas recientes alas que la elevan.
No llores, mi demonio. No la quieras:
Nadie mira al infierno mientras vuela”.

miércoles, agosto 26, 2009

De padres, hijos y crisis

Debe ser que el verano agosta las ideas y los intentos de ponerlas en el orden necesario que exige la escritura, pero el caso es que la producción estival de esta pluma se ha visto drásticamente reducida.
En cualquier caso, creo que resulta propio concluir este veraniego asueto con algo referente a la infancia, esas personas a medio hacer cuya responsabilidad de culminación radica en sus progenitores y que ahora pululan libremente por las habitaciones de aquellos que aún tienen casa y que pueden seguir pagándola.
En mis tiempos, cuando era niño -que también lo fui- Barrio Sésamo eran un grupo de monigotes que se suponia que nos enseñaban los números, las letras, las nociones espaciales básicas y alguna que otra cosilla sin importancia como que no se miente a los que te quieren, que el egoismo tiene límites y que el respeto es algo que hace llevadera la existencia. Vamos, definiciones primarias de palabras como lealtad, sinceridad o libertad que ya no se escriben en mayúsculas -como dinero, éxito o fama- y han perdido brillo en los diccionarios multilingues.
Pero ahora no.
Los responsables estadounidenses de Barrio Sésamo han decidido que esos filosofos y profesores de trapo y peluche que forman el eterno e irreductible elenco de la serie, expliquen a los infantes que el la crisis. Sí, sí. La crisis económica mundial. Esa que no saben explicar los economistas, los políticos, los gurús, ni los presidentes de los bancos centrales. ¡Menuda papeleta!
No me imagino al bueno de Elmo hablando de ciclos redundantes, de neoliberalismo y de mecanismos de control de los mercados y afortunadamente los guionistas de la serie tampoco. Así que van a lo sencillo, a lo básico, a lo que un niño necesita saber.
De modo que Elmo, con esa voz semiquebrada y gritona, les explica a los niños que las cosas van mal y que no pueden pedir más juguetes, porque papá y mamá están en paro. Porque, claro, esa es la principal preocupación de un niño.
Elmo no se molesta en explicar el motivo por el que mamá llora por las esquinas cada vez que mira a sus hijos comiendo cereales en el salón; no explixca el motivo por el que papá pega puñetazos en la pared o circula como una sombra por el jardín de la casa, que ha podado en seis ocasiones en la última semana. Eso no puede importarle a un niño. A un niño sólo puede importarle no tener más juguetes.
Pero es que Elmo está para lo básico. Para lo demás está Coco. Es de suponer que Coco les contará a los pequeños que se han quedado por culpa de la crisis sin la última actualización de la Playstation porque una serie de individuos han practicado el divertido juego de "coge el dinero y vete", porque otros han jugado a la ruleta rusa con los ingresos y los depósitos de sus papás y porque otros no están dispuestos a ver reducidos sus beneficios accionariales y encuentran soluciones que pasan por el despido masivo de trabajadores.
Pero Coco tiene la posibilidad de jugar al así sí, así no. Puede enseñar una instantanea de empresarios estadounidenses que, aún en crisis, crean y mantienen miles de puestos de trabajo en condiciones dignas y estables y decir "esto es arriba" y luego de los ejecutivos que cobran sus pagas de beficios cuando no hay beneficios y fuerzan quiebras fraudulentas y decir "esto es abajo".
En nuestro país esa filosófica intervención de la marioneta azul sería más complicada. No porque los guionistas sean peores, sino porque habría muchas menos instantaneas que enseñar cuando se dijera "esto es arriba".
Pero el problema del Bario Sésamo especial crisis en España va mucho más allá. Habría que dividir el programa en muchos y cuidar en extremo los mensajes.
Sería peligroso colocar a Epi y Blas en una acalorada discusión en la que Blas intentara bajar a Epi de ese cuento de la lechera que se ha llamado especulación inmobiliaria aficionada y explicar a los niños que muchos de sus padres están como están y se quedan sin casa porque compraron viviendas por encima de sus posibilidades con un dinero que no tenían, para especular con ellas y luego venderlas, para comprar otra vivienda que estaba todavía más por encima de sus posibilidades.
No conviene decir a los niños, que se quedan sin juguetes y ven a sus progenitores de mala baba y actitud desesperada, que sus propios padres son en parte los artifices y heraldos de su propia destrucción, porque sus eternos cuentos de la lechera han dejado a sus hijos sin futuro y han llevado el mercado a unos precios en los que aquellos que sólo quieren una casa para vivir no pueden acceder a ella.
Quizás si se dice eso los niños no sientan demasiada empatía con sus padres. Y ya es lo que nos faltaba.
Pero claro, antes tendriamos que recuperar a Caponata, esa maternal zancuda, para que explicara a los tiernos infantes que sus padres son esas personas que les llevan de la mano a casa de los abuelos cuando se van de vacaciones a Mojacar; esas voces que escuchan a través de su teléfono movil de última generación mientras el abuelo les cuenta un cuento o la abuela les persigue con la leche con galletas; esas sombras que atisban moviéndose por la casa cuando levantan la vista de sus DVDs portátiles o de sus consolas, Esas personas con las que se encuentran todos los días por casualidad en la cocina, en el cuarto de baño o en el camino entre la guardería y la canguro.
Pero el Bario Sésamo especial crisis hispano por antonomasia debería emitirse en Prime Time, en hora de máxima audiencia, y tendría que estar digigido y presentado por el más patrio de los personajes de esta corte de marionetas y seres disfrazados. Don Pinpon.
Este granjero de trapo debería explicar a los niños que no lo son, a los que se perdieron las píldoras éticas que destilaban los antecesores de este Barrio Sesamo de Urgencia del siglo XXI, que la crisis no es una excusa para seguir siendo una carga para aquellos que han cargado contigo más allá de los límites racionales.
Don Pinpon debería gritar a los cuatro vientos a esos que se hacen llamar adultos y siguen funcionando como niños mohinos y egositas, que el ahorro supone renunciar a los juguetes -parece que los hijos están en condiciones de entenderlo, pero los padres no-, no buscar nuevas formas de financiación para seguir el mismo nivel; que con treinta y cinco o cuarenta años no se puede pretender mantener el nivel de vida a costa de la pensión y el sacrificio de ancianos de setenta; que no se puede uno acostar todas las noches rezando a un dios que no te escucha -por fortuna- para que la herencia de los que además te están cuidando a los hijos te saque del pozo, impida que te metas en él o te deje seguir vivendo al mismo nivel sin renunciar nada.
Se vería en la tesitura de forzarles a entender con ejemplos sencillos y visuales que "arriba" es responsabilidad, esfuerzo y realismo y que "abajo" es esquilmar y ordeñar la teta paterna hasta que ya no queda nada para no tener que ver disminuidas las ubres propias.
Pero eso no se hará. En este país, Caponata, Don Pinpon e incluso Elmo, Coco, Traque, Triqui, Epi y Blas seguirán haciendo lo que han hecho siempre. Entretener a los niños para que no molesten a sus padres, mientras algunos de esos padres -demasiados, se podría decir- se dedican a molestar a sus propios progenitores para que ni la vida, ni la crisis les moleste a ellos.
Así que, al final, la idea yankie va a ser buena. Será mejor explicarles a los niños, como los estadounidenses, por qué no tienen más juguetes en lugar de por qué sus padres se han comportado y se comportan como niños mimados incapaces de enfrentarse al sacrificio.
Al fin y al cabo, los juguetes son más cotidianos para ellos que sus padres. Lo entenderán mejor

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