miércoles, marzo 12, 2008

Yo soy más de Lujuria

Aunque fue el post de ayer el que incluía a los pecados en su título, es el de hoy el que los tiene como protagonistas.
Y es aquí abajo estamos empezando a preocuparnos por la distribución del espacio, porque con tanta gente nueva que se va acercar para quedarse nos estamos poniendo algo nerviosos.
Todo porque el ínclito y no suficientemente ponderado Papa Ratzinger se ha colocado al nivel de San Gregorio - en los aspectos más medievales ya lo estaba hacía tiempo- y ha formulado siete nuevos pecados capitales que harán que se pueblen más abundantemente las simas del infierno.
Puede resultar llamativo y hasta gracioso que a estas alturas se formulen siete nuevos pecados capitales. Nada se podra comparar en nuestras mentes y nuestros recuerdos a esas siete sonoras palabras que son Ira, Avaricia, Lujuria, Gula, Envidia, Pereza y Soberbia, sobre todo Soberbia.
Quizás es lo que pretende el otrora inquisidor y ahora vicario máximo y belenista de dudoso gusto estético. Merece la pena ir al infierno por Soberbia o Lujuria, pero... ¡Por pecado ecológico!
Aunque parezca novedoso no lo es.
Dos de los nuevos siete pecados formulados por el Vaticano ya eran a todas luces perseguidos como tales por los más ferreos teólogos y teocratas de ese club social con hidropesía llamado Iglesia Católica. El primero, "Las violaciones bioéticas como la anticoncepción", ha sido el caballo de batalla de papas y conferencias episcopales desde tiempo inmemorial. Así que no sorprende que sigan considerando como una violación bioética evitar que un ser humano venga al mundo si no se está en las condiciones adecuadas para prestarle la atención y el cariño necesario.
El segundo que tenía que caer por el propio peso de los enfermizos y anquilosados rocamboles éticos de la Iglesia romana eran " Los experimentos “moralmente dudosos” como la investigación en células madre".Si la ruleta genética quiere que nazcamos con dedos palmeados y una disfunción respiratoria nos aguantamos aunque podamos corregirla.¿He dicho la ruleta genética? ¡Perdón, quise decir dios, por supuesto!
Vámos, que evitar que un niño nazca con síndrome de Down o corregir la diabetes sin necesidad de insulina ni diálisis te lleva derechito al infierno.
Tampoco sorprende el hecho de que se incluya como nuevo tercer pecado mortal ni más ni menos que "la drogadicción".
Estos individuos de la sotana y el púrpura han tenido siempre problemas para identificar el concepto de enfermedad y para comprender que no se pueden cuestionar moralmente -aunque sí legalmente- los actos que se producen bajo las enfermedades. La drogadiccion comienza como un riesgo, sigue como una irresponsabilidad y termina como una adicción y eso convierte al drogadicto en un enfermo.
Si lo que envía al infierno a un individuo por ser drogadicto son sus actos, también se puede condenar a un esquizofrénico, un paranoico, un deficiente mental o cualquier otro enfermo que realize actos cuestionables a causa de su enfefrmedad. Si lo que condena al drogadicto es la adicción en si misma, entonces condenados están tambien los adictos a la adrenalina, los fumadores, los adictos al trabajo y tdo aquel aque posea una adicción o aquel que consuma algún producto que genera una adicción. Productos entre los cuales el amigo Ratzinguer olvida que se encuentran las bebidas alcoholicas como el vino, incluido el Lacrima Christi.
Roma tiene una peculiar confusión con los aspectos sanitarios de la existencia. Considera enfermos a los que tienen unas tendecias sexuales diferentes, pecadores a los enfermos y sanadores a los pederastas. La verdad es que está hecha un lio.
Parece que "contaminar el medio ambiente, Contribuir a ampliar la brecha entre los ricos y los pobres, La riqueza excesiva y Generar pobreza" sean considerados pecados es uno de esos ejercicios de imposible lavado de cara social que la infalible maquinaria de marketing de la iglesia católica pone en marcha de vez en cuando para simular que superó la peste de 1341 y ha evolucionado. Algo que, no olvidemos, es incapaz de hacer, simplemente porque no cree en la evolución.
Llama la atención lo de la riqueza excesiva y el enriqucimiento obsceno -que también lo llaman así- Así que, por si sus constantes escupitajos, su tendencia al insulto y sus actividades nocturnas aún no lo habían conseguido, que sepan todos los futbolistas profesionales que se han condenado al infierno. Los cardenales, no; Los obispos de Valladolid que liquidan fundaciones para ganar 16 millones de euros con aparcamientos, tampoco; Los responsables del Instituto de Obras de Religión, que mantienen unas cuentas corrientes de varios miles de millones de euros para "eventualidades pastorales", mucho menos; Bill Gates y La Reina de Inglaterra, aunque protestantes, se salvan por los pelos. Pero los futbolistas sí. Están condenados. Da casi risa.
Lo que elimina toda duda sobre la Iglesia son los pecados que no están. Ni en los antiguos ni en los modernos, matar es un pecado capital, pero sorprende que no sea pecado el fanatismo religioso, la intolerancia, la discriminacion, el racismo, la homofobia o la xenofobia, la guerra, el esclavismo, la tortura... Ello nos demuestra que el dios que ha creado la Iglesia para si misma y aquellos que tienen la mala suerte de creerla, sigue siendo el mismo. Le importa más que se recicle la basura que se mate y se atropelle en su nombre o nombre de cualquier otro.
Han cambiado el preocuparse de quién se acuesta con quien durante cuanto tiempo por preocuparse de quién arroja qué envase a qué contenedor. Sería patético si fuera nuevo.
Pero estos anodinos pecados añadidos a los verdaderamente grandes como la Soberbia -o la Lujuria, yo soy más de Lujuria- no son verdaderamente importantes para descubrir la filosofía de vida de los doctos manipuladores vaticanos. Lo importante es, como siempre, preguntarse ¿Por qué?
Todo lo demás no deja de ser secundario cuando se analizan las causas y los motivos que llevan a la enunciación de nuevos pecados. Los secuaces de Ratzinger afirman que es para reactivar la confesión y el concepto de bien y mal. Resulta difícil creer que si alguien no considera adecuado confesar que ha desatado su lujuria con la pareja de otra persona vaya a creer que debe confesar ante un sacerdote que no usa dos bolsas de basura.
Lo único que pretende Ratzinger es reactivar el ámbito político de su poder. Algo que la conferencia episcopal española ya hace de forma burda pública y notoria pidiendo votos y recomendando oraciones en favor o detrimento de candidatos, el aparato ideológico de Roma lo hace de una forma más sutil. Se limita a intentar de nuevo una identificación entre iglesia y Estado. Los nuevos pecados no modernizan nada. Vuelven a la más antigua y virulenta teoria de la teocracia.
Mientras la contaminación ambiental, la estafa, la especulación -formas estas de generar pobreza-, el tráfico de drogas o la evasión de impuestos sean delitos, será el hombre y sus formas de gobierno el que castigue por cometerlos y eso compete a lo que el club de Ratzinger da en llamar los poderes terrenales.
Pero si todo eso cambia, si se convierten en pecados que atentan contra dios, entonces es más importante lo que dios tenga que decir al respecto que lo que tenga que decir el Estado. Será dios el que tenga el poder de dirimir qué actuación es especulación y cual no lo es; qué comportamiento es drogadicción y cual no; qué investigación científica es "moralmente cuestionable" y cual no lo es; que riqueza es obscena y desmedida y cual no. El dios invisible de Ratziger y sus purpurados volverá a tener derecho de veto en una serie de actividades sociales, políticas y culturales que están mucho más allá del ámbito de lo personal en el que se mueve la creencia.
Los nuevos pecados son la excusa para que la iglesia y las conferencias episcopales que la representan puedan meter la cabeza en asuntos públicos, responsabilidades de los gobiernos y de los Estados de los que se les expulsó hace mucho tiempo y puedan volver a introducirse en un ámbito de control que perdieron hace tiempo y al cual se debe en parte su decadencia: el dinero de sus fieles.
¿A nadie le sorprende que tres de los siete pecados tengan que ver con el pecunio? ¿Qué se supone que tendrá que hacer aquel que descubre que ha cometido el pecado de enriquecerse en exceso? ¿A donde irán a parar los "obscenos" excedentes pecuniarios?. Los nuevos pecados son como algunos artículos del Código de la Circulación. Excusas recaudatorias.
Si el delito se convierte en pecado, dios tendrá derecho a hablar y a ser escuchado en estos asuntos terrenales que en nada le competen, puesto que nada tienen que ver con esa otra vida que supuestamente promete. Y, con dios afónico desde que se hiciera llamar Yahve en su última excursión al monte Ararat , la que habla por él es la corte absolutista y precámbrica que algunos llaman curia. Con el pequeño Joseph a la cabeza.
¡Que menos se puede esperar del que fuera inquisidor que pretenda restaurar la Inquisición!

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