martes, marzo 11, 2008

Los pecados de nuestros abuelos

Terminan las elecciones, acaban los escrutinios y ya volvemos al pan nuestro de cada día. Los pactos, los acuerdos -esperemos que no los enfrentamientos y las descalificaciones- y los asuntos que polarizan la política -sobre todo la social del PSOE-, a saber, la Iglesia y la política de mujer, vuelven a saltar a la palestra.
Y ya comienzan las críticas. Ahora no toca entrar en lo de los nuevos siete pecados capitales -que vamos a tener que rehipotecar el infierno para poder ampliarlo con todo el mundo que nos va a venir ahora-, pero las primeras críricas sobe la política de mujer se centran en la lista de diputadas del Congreso. En el congreso de los diputados hay sólo-y la opinión progresista hace énfasis en el sólo- 124 diputadas. Una menos que en la legislatura anterior, cuando se supone que, por mor de la idílica paridad, tendría que haber 175. Y el partido que puso en marcha la Ley de Igualdad no sólo no ha incrementado paritariamente su número de diputadas, sino que tiene una menos. Y eso parece terrible, parece una traición al progresismo y la igualdad de la mujer.
Pero no lo es. Lo que es una traición el progresismo, a la igualdad y a la justicia es la ley en si misma. O por lo menos el desarrollo que se hace de ella.
Alguien tiene que decirlo y alguien tiene que asumirlo. Es absurdo pensar que la capacidad -en política o cualquier otra actividad humana- depende del sexo. Pero es absurdo pensarlo en las dos direcciones.
Se supone que un partido debe eleigir en sus listas como diputados o diputadas a sus militantes más capacitados. Independientemente de su sexo. Exigir que se establezca la paridad en las listas electorales y los cargos públcos como sinónimo de igualdad no sólo es absurdo, sino que es injusto.
Si partimos de la base de la genética mendeliana, los factores de capacidad, inteligencia, predispodición y incluso brillantez se establecen de forma proporcional si se consideran que se heredan geneticamente. Eso significa que un criterio justo seria establecerlos de forma proporcional a la militancia. Si la militancia femenina en el PSOE es de un 32 por ciento no debería haber más de un 32 por ciento de diputadas y altos cargos femeninos en el gobierno socialista. Cualquier otra cosa sería una discriminación por razón de sexo y eso lo prohibe expresamente nuestrea constitución ¿o no?
Pero hasta eso está más que superado.
La brillantez, la capacidad política y las dotes de gobierno no dependen de la genética, no dependen de la herencia y no dependen de los cromosomas. O al menos no solamente. Lo cual hace que tengan que demostrarse.
Eso nos lleva a que cada diputado y cada diputada, cada ministro y cada ministra, deberían demostrar su capacidad de organización, de trabajo, su visión política y su potencial para gobernar independientemente de su sexo Por no hablar de su habilidad para medrar, pisotear o derrotar -no olvidemos que esos factores influyen de forma determinante en la política-.
Cualquiera que reclame otra cosa, cualquiera que reclame que las mujeres por el hecho de ser mujeres, más allá de su capacidad y de la proporcianalidad de su militancia política, deben figurar en una lista de diputadas está simplemente faltando a los principios de igualdad por los que combatieron y murieron muchos hombres y mujeres a lo largo de la historia.
La Igualdad supone garantizar las mismas oportunidades. No igualar la balanza histórica. Los hombres, los militantes y los políticos de hoy no tienen porque pagar los supuestos pecados y errores de sus abuelos.
Sólo un tres por ciento de las estudiantes universitarias eligen la carrera de ciencias políticas, sólo un cuatro por ciento de las licenciadas eligen dedicarse a la política o a la militancia y sólo un 28 por ciento de los militantes sindicales son mujeres. No existe ninguna ley, disposición, decreto, reglamento o conjunto de normas que impida a las mujeres dedicarse a esas actividades por lo que el no hacerlo se transforma en una decisión personal y libre de coacciones.
Y tampoco vale recurrir a aquello de que las cargas familiares o el entorno afectivo no las ayuda. Los hombres que se dedican al sindicalismo también tienen que alimentar y mantener a sus familias; los varones que se dedican a la actividad sindical también reciben presiones familiares para no se arriesguen y para que no pongan en juego su puesto de trabajo o su estabilidad laboral.
Si relamente queremos la igualdad, si relamente respetamos a las mujeres como seres libres e iguales a los varones deberiamos comenzar a exigirles la responsabilidad de trabajar en esos campos desde abajo; deberiamos comenzar a reclamarlas la necesidad de optar por trabajar por el bien común más allá de sus necesidades y sus problemas; deberiamos criticarlas por dejar mayoritriamente en manos de hombres la responsabilidad de la lucha ideológica, política y sindical.
Deberiamos hacer eso en lugar de reclamar que se les reserve un espacio paritario en los ámbitos de poder cuando renuncian a tenerlo en los ámbitos de lucha y de sacrificio.
Deberiamos recordarles que trabajar por la mejora de la sociedad -de toda la sociedad, no sólo de las mujeres- hace mucho que dejó de ser un derecho para convertirse en un deber. Deberiamos explicarles que la militancia femenista -el 75 por ciento de la militancia femenina en este país-, aúnque necesaria, no cubre las necesidades de una sociedad que demanda su esfuerzo y su compromiso en areas que están mucho más allá de los derechos y las necesidades de las mujeres.
Alguien debería decirles que para que el gobieno, la representación política, y la dirección empresarial sean paritarias, también deben serlo el esfuerzo el sacrificio y la lucha -y algunas que otras cosas menos positivas si se trata de medrar en el mundo empresarial-.
Nadie se ha molestado en educar en el compromiso social y político a las mujeres más alla del feminismo. Eso ocurre porque ellas tampoco han hecho -en su mayoria y con excepciones más que gloriosas- esfuerzo de interés alguno en ese sentido.
El compromiso femenino debe comenzar a ser universal. Y todo lo demas es demagogia absurda y sin sentido.

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