miércoles, julio 11, 2007

Una tendencia criminal

Esto se está convirtiendo en un monográfico, pero es que cada vez que las mudanzas, los arreglos domésticos, el trabajo y el cansancio me permiten asomarme a las ventanas de la actualidad, las marionetas sombrías del alzacuellos protagonizan una nueva escalada en sus sinrazones, en sus locuras. Y en este caso en sus atrocidades.
Hoy están en la palestra porque, por fín, nuestro país se ha atrevido a girar a la misma velocidad que el resto del orbe y el Tribunal Supremo ha decidido considerar al Arzobispado de Madrid -Alcalá responsable legal de los desmanes de sus integrantes. Sobre todo si esos desmanes son, ni más ni menos, que los abusos sexuales sobre un menor.
No resulta sorprendente -por desgracia- que un sacerdote católico abuse sexualmente de un niño. Y no resulta sorprendente no porque, como demonio ateo y militante antiteista, les presuponga una maldad basada en mi aversión por su creencias.
No resulta sorprendente por aplicación pura y dura de la estásdística. San Salvador, Lima, Cali, Ibiza, Boston, Santiago de Chile, Milán, Atlanta, Jalisco, Río de Janerio, Los Ángeles, San José de Costa Rica, Chicago o Managua son algunas de las diocesis -perdón, de las sedes judiciales- que han juzgado, condenado y encarcelado a sacerdotes católicos pedófilos. Y no ha sido en la última década ¡Ha sido en el último año!
Cierto es que, mirado numéricamente, no resulta relevante entre el total de los sacerdotes que existen en el mundo, pero apelando a ese concepto -a veces espúreo y mal utilizado- de la alarma social, resulta alarmante.
El número de camioneros que se dedican a violar a mujeres en ruta es proporcionalmente ínfimo dentro del total de camioneros, pero todos los padres del mundo recomiendan a sus hijas que no hagan auto stop y mucho menos que se suban a un camión. El número de conductores que secuestran a niños en sus vehículos es proporcionalmente irrelevante en el conjunto de los conductores del mundo, pero las madres y padres de todo el planeta dicen a sus hijos pequeños que no se suban en los coches de extraños
¿Qué tendremos que hacer? ¿Recomendar a nuestros bástagos que no se arrimen a un sacerdote católico?
El problema no está en el número. El problema está en la cobertura que les dan sus jerarquías, en el secretismo con el que llevan estos casos.
El problema está en que los cristianos de misa de doce y sacristía se sienten ofendidos cuando se cuestiona la bondad de la institución por albergar a elementos de este tipo. No se hacen responsables de la purga de estos individuos de sus filas.
En todos y cada uno de los juicios referidos. Las jerarquías eclesiales negaron hasta el último momento la culpabilidad de los encausados, acusaron a los medios de comunicación, los estamentos judiciales y los gobiernos de orquestar campañas de desprestigio de la Iglesia Católica y, cuando finalmente fueron condenados, miraron hacia otro lado y no hicieron nada al respecto.
James Porter, sacerdote estadounidense, abusó de más de cien niños en la diocesis de Bostón, fue condenado en 2002. En 1973 había enviado una carta dirigida al Papa Pablo VI en la que se confesaba autor de ese tipo de crimenes. ¿Le denunció Pablo VI ante las autoridades? ¿Le exigió presentarse en la comisaria más cercana y declarar su delito? No. No lo hizo. Como el Arzobispo de Mexico no lo hizo con el cura de Jalisco que llevaba 30 años violando niños, como el Arzobispo de Río de Janerio no lo hizo con los dos sacerdotes que llevaban 15 años reiterándose en sus crímenes, como el Arzobispado de Madrid no lo hizo con el cura condenado.
Y además, cuando les exigieron responsabilidades, recurrieron, se negaron a aceptar la responsabilidad civil subsidiaria en el delito, argumentando que no es función de la iglesia el control de los actos de sus sacerdotes.
¿Pretenden ser los garantes de la bondad moral de sus feligreses y no deben vigilar los actos criminales de sus miembros?
Cañizares, el nuevo Methatron, eleva su gagarta para avisar de que el cuarto miembro del Eje del Mal es una asignatura de secundaria que enseña -al igual que el diccionario- que matrimonio, amor y placer son conceptos diferentes. Pero mantiene un peculiar silencio sobre estos asuntos, mientras la oficina de prensa de la Conferencia Episcopal se limita al secular "sin comentarios".
Los cristianos debían ser los primeros en exigir las cabezas de sus prelados y su vicario sobre una bandeja de plata por no haber denunciado esos actos criminales. Pero, en lugar de eso, cierran filas argumentando que eso se equilibra con los cientos de misioneros que hacen el bien por el mundo.
Pues no. No se equilibra. Algo hay en la iglesia católica que hace que el delito más común entre sus ministros sea la pedofilia -aparte del robo, pero eso es algo relacionado con el poder, no necesaramiente con la fe-. Por cada sacerdote asesino hay veinte pedófilos. Y eso implica una reflexión sobre su clero y su credo que deberían hacer los cristianos.
Desde fuera resulta muy sencillo atisbarlo. Los malos pastores protestantes tienen tendencia al robo y la estafa. Sólo hay que leer a Calvino para explicarse el motivo. Los ayatolah e imanes musulmanes -los malos también- tienen tendencia al sexismo y la agresividad. No hay más que leer a Mahoma -e interpretarlo inadecuadamente- para darse cuenta del motivo.
Pero en el Catolicismo no se valora el triunfo económico o la supremacía física. Se valora -aparentemente- la castidad. Toda la ética católica se basa en la represión sexual, en el pecado sexual, en la aversión sexual, en la carencia sexual. No es de extrañar que los malos sacerdotes y prelados, célibes contra natura, vírgenes contra natura, castrados de facto contra natura, elijan el sexo a la hora de cometer sus crímenes.
Pero los católicos no exigen, no reflexionan, no evolucionan. No demandan claridad y compromiso de sus estructuras, no cuestionan la bondad moral de aquellos que encubren y acallan estos delitos.
Y cuando un juez, aplicando la ley clara y concisa de los hombres, del país en el que esa Iglesia se aposenta, exige y dictamina la responsabilidad a la institución por el daño cometido por sus miembros, cuando un Tribunal Supremo lo ratifica, protestan y se indignan, recurriendo a las misiones, la caridad o el martirio para buscar un equilibrio. Para reclamar una patente de corso indecorosa y artera que haga que nadie culpe de las desviaciones sexuales de los sacerdotes a una institucion que impone la abstinencia sexual, que enseña a sus integrantes que pensar en el sexo es una acción eticamente reprochable. No es de recibo.
Ratzinger habla de quiebra moral por la ética relativista, Cañizares habla de colaboración con el Mal por la Educación por la Ciudadanía y los cristianos deberían hablar de complicidad criminal por la cobertura de estos delitos. Pero no lo hacen. Su dios no les ha enseñado a hacerlo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sí, por desgracia, son cada vez más frecuentes los casos de pedofilia entre los representantes de Dios en la tierra. Quizás nos hemos leído demasiado de prisa la Santa Biblia y no hemos encontrado el capítulo referido a ese culto por la divina carne de los niños.
¿Quién puede confiar en una institución que va a África, el continente donde más hay niños infectados por SIDA, a negar el uso de los preservativos como método para evitar el contagio? ¿Quién puede creer en un Iglesia que condena la homosexualidad, y encubre el deleznable -ahora sí- inmoral comportamiento de sus miembros. Si Dios se dejó crucificar para que estos fueran sus herederos pues era un idiota total; y si en realidad estos de hoy son sus preceptos originales, entonces era simplemente, un gran hijo de puta.

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