lunes, mayo 28, 2007

Ciudadanía, no feligresía (3)

Superados los asuntos mundanos -mucho más importantes- del ser y el estar de este país fente a las urnas, no podía dejar sin cerrar mis comentarios sobre el decálogo de la feligresía educativa, que tan de cabeza trae ahora a pares y nones de la Iglesia.
Vamos con el sexto motivo que justifica la oposición ética a la Educación para la Ciudadanía -según los que se opnen, que poco o nada tienen de éticos-.

Resulta paradógico que, precisamente en esta asignatura, se critique ese concepto. Cierto es que la matemática, la física, la Lengua Española o la Historia son lo que son -aunque se resecriban continuamente por conocimiento o por interés político por unos y otros-. Cierto es que hay ámbitos en los que la democracia debe destilarse de una forma peculiar para evitar errores como los que afirman que se producen en nuestras escuelas.Pero, para educar a un ciudadano hay que enseñarle como funciona la democracia.

Porque la democracia es uno de los valores éticos de nuestro Estado. De hecho puede decirse que es el principal valor ético de nuestro Estado. España no se edifica sobre la decisión unilateral y autoritaria de que Dios es uno y trino; no se construye sobre la imposición de unos ritos y unos mitos, ni sobre la regresión al universo mágico; no se levanta sobre una tradición de clavos y de espinas. España no se eleva sobre la bondad y la misericordia; no se proyecta sobre el proselitismo y la apologética. España se construye sobre la democracia y ese principio sólo se puede enseñar democráticamente. Las cosas sólo se demuestran cuando funcionan ¿Donde quedó aquello de predicar con el ejemplo?

Según ellos, en el principio de los tiempos, su dios al séptimo día descansó. En el séptimo, ellos se han cubierto de gloria y han hecho descansar a su cerebro, si es que alguna vez lo pusieron a trabajar.
No resulta, en realidad, en nada sorprendente. Durante siglos, han basado su falsa ética y su supuesta moral en la adquisición de conocimientos y no en la ejecución de los mismos. Por eso les sorprende que las cosas puedan funcionar de otra manera.
Para los que abominan de estas enseñanzas laicas y no reveladas siempre todo fue muy fácil. Enseño el catecismo, los diez mandamientos, los siete pecados capitales y unos cuantos rezos automáticos y me desentiendo. Ya sabes que no te puedes acostar con nadie antes del matrimonio, ya puedes irte de putas; ya sabes que el matrimonio es indisoluble, ya puedes buscarte a alguien a quien maltratar; ya sabes que no puedes usar preservativo, ya puedes repoblar La Tierra con tus vástagos aunque no tengas un duro para mantenerlos -Dios proveerá-. Ya sabes que Dios es el único dios y es amor, ya puedes ir a matar a todos los que no piensen como tú.
Así han establecido siempre sus enseñanzas morales y éticas y así debería seguir siendo.
Pero un Estado no puede permitirse ese lujo de incoherencia secular porque no tiene secreto de confesión.
A un Estado no le basta con que te postres de hinojos y pidas perdón a dios por tu intransigencia, tu violencia o tu irrespetuosidad. Un Estado no puede absolver y mirar a otro lado mientras tú vuelves a repetir los mismos vicios de incoherencia e irracionalidad. Un Estado que educa ciudadanos debe asegurarse de que los son, de que saben serlo y de que no tienen problemas para serlo. No puede esperar al Juicio Final y a una decisión divina para la vida de ultratumba.
Así que no se trata de decir algo como "chaval estudia los derechos fundamentales del Ser Humano o no podrás salir al patio a quemar contenedores o a lapidar homosexuales". No basta con aprender, hay que ejercitarlo.
Claro que hay que comprobar que los estudiantes han asumido los principios de ciudadanía. Suspender esa asignatura, permitir que alguien no integre esos conocimientos en su comportamiento, es posible que no le lleve al infierno, pero es muy posible que le conduzca a la cárcel. La moral mágica de la divinidad es algo que castiga su incumplimiento tras la muerte, cuando a nadie le importa. La ética social de la ciudadanía es algo que debe asegurarse de que todos saben convivir.
Aún nos quedan tres mandamientos de la ley del feligrés educador. No tiene desperdicio

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