lunes, abril 23, 2007

El regalo y El premio

Francia va a la batalla electoral y presidencial y, como todo el mundo supone, no pasa nada.Nada que no tenga que pasar, se entiende. Nigeria va a la batalla electoral y pasa lo que todo el mundo temía y sabía que iba a pasar-aunque me joda reconocerlo-. La batalla electoral se transforma en una batalla campal por las calles, las plazas e incluso las casas de las ciudades y pueblos del país africano.
Muchos podrían decir que es una cuestión de civilización; otros argumentarían que la presencia de grupos armados en respaldo de los candidatos de Nigeria propicia esa situación; otros dirán que la presencia de opciones islámicas -el beligerante y denonastado islam de hoy en día- facilita la persistencia de esa violencia.
Pero yo mantengo que, como otras muchas cosas, como casi todas las cosas que afectan a los humanos, es una cuestión de responsabilidad. De responsabilidad personal y colectiva.

Francia ha transitado por los caminos que debían recorrerse, en los tiempos que son necesarios para recorrerlos y con la conciencia de que era su responsabilidad recorrerlos. Y a lo largo de la historia sus líderes, desde los guillotinadores de reyes hasta los conservadores contrarios a la guerra de Irak, se han preocupado de exigirles a los ciudadanos una responsabilidad en ese camino.
Un 76 por ciento de los electores franceses acude a las urnas y lo hace no porque Royale sea guapa y elegante, no porque Sarkozy sea arroyador, no porque Ségolene haya dicho una sola palabra sobre la igualdad de géneros durante la campaña o porque Nicolás haya querido mandarla a casa a cuidar de sus niños.
Los franceses van a las urnas porque quieren borrar la ultraderecha del mapa político; porque quieren que se regule la inmigración; porque quieren salirse del euro y no ampliar la Unión Europea; porque quieren romper las bolsas de pobreza de las grandes ciudades o desmontar de forma definitiva la burbuja inmobiliaria: los franceses van a las urnas porque quieren decidir cuestiones sobre el futuro de su país, más allá de que un candidato les caiga bien o mal, más allá de que un político sepa lo que cuesta un café o esté dispuesto a reconocer en público lo que le paga el Estado por hacer política. Los franceses no acuden a votar porque sea un derecho, sino porque es su deber y su responsabilidad.
Por eso un agricultor de la gascuña afirma en un informativo que tienedudas entre la política de inmigración urbana de Sarkozy y Royale y además le de la razón a Le Penn en lo de que el euro ha hecho subir los precios. La política agraria en Francia es casi una cuestión de Estado y el agricultor -descendiente, sino de sangre sí de ocupación, de los campesinos que hace siglos hicieron en parte de Francia lo que es hoy- se plantea problemas que van más allá de sus necesidades directas, de sus intereses personales. Sabe que votar es una responsabilidad, que hace mucho que dejó de ser un derecho.
Por eso en las anteriores presidenciales los votantes de izquierdas depositaron sus sufregios en favor de Chirac -pese a desintoxicarse despues publica y simbólicamente-. Porque era su responsabilidad evitar que las ínfulas fascistas de le Penn tuvieran la oportunidad de resonar en El Eliseo.

Pero en Nigeria no ocurre eso. La democracia es algo regalado, forzado, obligado. Ninguno de los dos candidatos habría recurrido a unas elecciones si no fuera por el azul de los cascos de los soldados internacionales que contemplan en el horizonte cuando se despiertan cada mañana.
Hace un siglo habrían sido jefes tribales que hubieran pasado por las armas a sus enemigos y esclavizado a los supervivientes; hace una década habrían sido líderes guerrilleros que hubieran fusilado a sus contrarios y entrado en la capital disparando al aire sus armas -soviéticas o estadounidenses, eso depende- celebrando la victoria.
En Nigeria nadie cree en la democracia y los que menos los votantes. Los que votan son los mismos que empuñan las armas para matar a sus rivales cuando se dan cuenta de que el escrutinio va mal. En Nigeria se cree en la Sharia, en Dios Padre Todopoderoso, en el poder, en las amatistas o en el petróleo, pero nadie cree en la democracia. Ni siquiera los países que la fuerzan y la imponen para asegurarse de que un gobierno relativamente benéfico asegura el control occidental del petróleo. En Nigeria votar es todavía un derecho sin responsabilidad y también lo es intentar hacer volar la sede de la Junta Electoral en Abuja.
Pero la culpa no es de los nigerianos, ni del islam, ni de las multinacionales, ni del gobierno, ni de la oposición.
La diferencia entre Francia y Nigeria es una y simple. Hacen falta siglos de evolución y de líderes políticos responsables para que un ciudadado considere que le debe al Estado la responsabilidad de tomarse en serio las elecciones y de votar por el bien del país y no por el suyo propio o por sus gustos mediáticos. Hace falta una historia de sangre derramada para garantizar, incluso a los que son contrarios a ti, el derecho a decidir; hacen falta muchas elecciones perdidas por unos y otros sin que haya estallado ningún motín de los perdedores. Hace falta que los inventores de la República acepten la restauración de La Monarquía y que La Monarquía acepte su destitución definiva. Y simpre porque lo ha decidido el pueblo. Hace falta haber aprendido lo que la política supone para un país y que es mucho más de lo que afecta a un individuo. Hace falta haber aprendido con tiempo, sangre y cultura, que emitir un sufregio es un derecho pero que hacerlo de forma responsable es una obligación que no se puede ejercer por los sondeos, la sonrisa o los bonitos ojos de un político.
En Nigeria se ha luchado y se ha muerto por la fe católica, por el islam, por la tribu, por la familia e incluso por la libertad. Pero aún no se ha muerto por defender el derecho de los otros -no el propio- a decidir el gobierno. Para eso hace falta tiempo y cultura y no imponer la democracia a golpe de resolución y cascos azules de la ONU.

A nosostros se nos acercan unas elecciones muncipales y autonómicas y luego unas generales. Y los periódicos, las televisiones y las radios siguen hablando de lo bien que hablan unos y lo mal que hablan otros, de los talantes mediáticos de unos y otros. Todo parece muy moderno y civilizado pero, sinceramente, a estas alturas, no sé si estamos más cerca de Francia o de Nigeria.
No sé si Gallardón se presenta de candidato a alcalde de París o de Abujá

jueves, abril 19, 2007

Monarquía esperpéntica

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Charango y pandereta,
Rado y Sacrístía.
Devotos de Frascuelo y de María...
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.Bienvenidos a la última república bananera de Europa. O a la primera Monarquía Esperpéntica de la historia universal.
¿Es eso lo que quiere hacer el Partido Popular con este país?
Siempre nos hemos movido en el filo de la navaja entre lo absurdo y lo sublime. Somos un país que continuamente ha vivido por encima de sus posibilidades intelectuales gracias al trabajo cabezón y concienzudo de unos pocos. Quijotes que practicaban la ciencia cuando la ciencia era anatema; que defendían la justicia cuando la justicia era tuerta y sólo veía el dinero. Escritores y pensadores que ejercían las nobles artes de la literatura y la filosofía cuando eran tenidas por cosas de rojos y ateos. Siempre hemos sido funambulistas de nuestra propia dignidad, haciendo oscilar la barra de equilibrios de la lógica en ángulos mucho más escorados que el resto de la civilización occidental.
Pero el proceso malabar que ha iniciado el Partido Popular raya el absurdo más absotulo.
Cargos electos de Melilla que acuden a correos a pedir 500 formularios de voto por correo, sabiendo que es ilegal; que, cuando no se los dan, intentan compiarlos en una imprenta; que, cuando les descubren, envían a compañeras a conseguir otro puñado; concejalas de festejos que, cuando se los niegan, vuelven acompañadas de otros tantos para presionar a los funcionarios de correos hasta el punto -literal- del infarto.
Portavoces políticos -Acebes, tenía que ser Acebes- que exhiben airados copias del formulario de voto por correo impresas desde una página web como argumento para la legalidad de copiar un documento oficial. Como si la descarga de Internet fuera una carta de naturaleza que confiriera legalidad a los documentos. Como si los falsos títulos de Cambridge, Oxford o Harvard que se pueden descargar en la red se convirtieran en auténticos por el mero hecho de estar colgados en un espacio web.
Cascadas de cargos del PP que repiten estas actuaciones en Granada, Malaga, Albacete... En una vorágine parecida a un reality show que se emitiera en alguna cadena local prometiendo un coche a cambio de engañar a la Administración del Estado.
Cargos políticos de Castellón que inscriben masivamente a votantes en pueblos casi deshabitados en la mejor tradición de los tiempos en los que Cánovas y Sagasta pugnaban por el control del gobierno para conservadores y liberales, cambiando votos por liebres o censando varias veces a los mismos votantes en distintos pueblos.
Y mientras todos estos espectáculos circenses se producen en torno a las próximas elecciones municipales y autonómicas, las muñecas de los líderes del PP están a punto de dislocarse de soltar rúbricas sin freno sobre actas de expulsión de concejales, diputados y senadores de sus filas.
Cabría esperar que, ya que estamos asistiendo a un espectaculo, fuera una obra de teatro shakespiriana donde el perverso recibe una dosis de su misma medicina o, cuando menos, un producto hollywoodiense en el que el delíto no compensa. Pero no. El PP se ha instalado en el esperpento.
Los falsificadores, los embusteros, los caciques del voto a cambio de pan siguen encabezando sus listas electorales y se expulsa del partido a diputados que están en contra de hacer del terrorismo un arma electoral, a concejales que han hecho comentarios sexistas o a antiguos alcaldes que han acosado a concejalas. Pero robar, medrar y engañar, falsificar, atentar contra las normas del juego democrático también se debe castigar, se debe purgar. Aunque sea en beneficio del partido.
Llega un momento en que uno espera que en las fotografías que ilustran esas noticias aparezcan los grandes rostros del cine de berlanga. Uno casi puede ver a Sazatornil, a Florinda Chico o a Agustín González dando vida a todos esos concejales y cargos del PP que pretenden convertir la política y las elecciones en un juego de engaños y cesantías.
Pero no aparecen. Aparecen políticos reales que se presentan a unas elecciones.
Alguien, un maestro de la pluma, el pensamiento y el pacharán, me dio una respuesta a esa paradoja ayer mismo: Berlanga no puede hacer cine hoy en día porque cualquier argumento que encontrara sería superado por un escándalo del PP.
Si Berlanga hiciera cine a día de hoy no sería Berlanga. Sería Ken Loach. Nos haría llorar.
Así que el PP pretende llevarnos de nuevo a la España machadiana de charango y panderta, de rado y sacristia, pero no ha elegido la poesía para ello. Ha elegido el esperpento.

lunes, abril 16, 2007

El ovillo sordociego

Es posible que muchos digan que una cosa no tiene que ver con la otra; que hilo muy fino.
Pero, como Ariadna, para mi, hilar es simplemente desentramar la maraña que hace que las diferentes hebras de una misma madeja parezcan diferentes ovillos.
Todo esto viene al caso porque una vez más me veo en la obligación de pensar que tenemos los políticos a que nos merecemos. Es más, yo apuraría todavía un poco -ya que estamos hilando fino-: tenemos la derecha que nos merecemos.
Rajoy, Mariano Rajoy, abandona su vestimenta de guiñol de quien le mueve y se disfraza de político responsable. Exige al Gobierno que extreme las precauciones contra el terrorismo yihadista -aunque el sigue llamándolo islamista- y que se lo tome en serio. Sería una advertencia coherente y acertada si no viniera de quien viene.
Si él, como ministro del Interior, y su sucesor Acebes se hubieran advertido a si mismos de que se tomaran en serio el terrorismo yijadista nos habríamos ahorrado un buen puñado de muertes y de dolor. Pero no. Unos individuos del movimiento Salafista de Liberación hacen volar la Casa de España en Casablanca y ellos dicen que es algo "circunstancial", que no tiene que ver con la presencia de España en la Guerra de Irak. Y luego llega Atocha, llega el tristemente famoso 11-M, y dicen que no podían preverlo, que no había indicios de actividad yihadista en España.
Sorprendería si nuestra sociedad fuera otra, si nuestra cultura fuera otra. Pero no lo es. Somos maestros en el arte farisaico de ver la mota en el ojo ageno y no la viga en el propio.
En todos los ámbitos de la vida, desde lo social hasta lo personal, ignoramos las advertencias, los consejos, los indicios, incluso las evidencias más radicales y evidentes. Nos amparamos en nuestros presupuestos y luego, cuando ocurre lo que los demás nos estaban diciendo que iba a ocurrir, nos limitamos a encogernos de hombros y a decir que no podíamos preverlo.
Incluso con la mejor de las voluntades -algo que no se le presupone, en este caso, a Rajoy y Acebes y en pocas ocasiones a cualquier otro político-, nos empeñamos en imaginar que nuestra voluntad es capaz de alterar la realidad, de hacer que ocurra lo que no está ocurriendo. Buscamos las voces y los gestos que refuerzan nuestra posición, nuestra creencia o nuestro deseo y nos parapetamos tras miles de trincheras que nos permiten mantenernos inmóviles y que parecen demostrarnos que, pese a todas las evidencias de nuestra equivocación, esta no se está produciendo.
Lo hacemos en las expresiones sociales: nadie va a la huelga, nadie participa en las reivindicaciones por justas que sean, pero cuando nos damos cuenta de que eso es un error, de que eso no nos permite avanzar, nos limitamos a encogernos de hombros y decir que "nadie hace nada" o que "eso no sirve de nada" o incluso que "yo tengo que mirar por mi y no por los demás ¡Para eso están los sindicatos!"
Lo hacemos en las relaciones personales, cuando nos empeñamos en buscar fórmulas de solución que sólo nos benefician a nosotros, sin contar con el perjuicio que le podemos hacer al otro integrante de la relación -ya sea padre, madre, amante o amigo- . Y luego, cuando vemos que eso destruye más que crea, disgrega más que une, perjudica más que ayuda, volvemos a recurrir al beatífico encogimiento de hombros y afrimarmos que "no podíamos saberlo" o que "no podiamos hacer otra cosa".
Incluso lo hacemos en el ámbito personal. Ponemos nuestras expectativas en condiciones y situaciones que no dependen de nosotros, que exceden a nuestras capacidades o a nuestros actos, incluso que están por encima del esfuerzo o el sacrificio que es evidente que requerieren. Y, cuando nos damos cuenta que no las alcanzamos, elevamos los brazos girados hacia la ciega dama y gritamos "no es justo".
Somos una sociedad sin capacidad de reconocimiento del error propio, que sólo puede ver, por individualismo y egoismo, los errores ajenos o que, al menos, siempre busca en factores externos la explicación a los errores, la exoneración de nuestra falta.
Y como ejemplo basta otro botón político. Y de nuevo del PP.
El Partido Popular decide ir de la mano y bajo el palio de la Iglesia Católica, defendiendo posiciones indefendibles en la sociedad moderna, sólo para que desde los púlpitos se incluya la negociación con ETA como el octavo pecado capital.
Pero nadie puede recordarselo, es evidente para casi todos, pero nadie puede decírselo en público.
Cuando alguien les dice que eso es una equivocación, cuando el dueño y presidente de un grupo de comunicación reflexiona sobre la necesidad de tener otro tipo de derecha política, ellos reaccionan taándose los oídos como un niño en el patio de recreo de un colegio y optan por el infantil "habla chucho que no te escucho" y además "ya no te hablo, por malo" Y su argumento es que eso es algo que "sólo compete a los votantes del PP".
Sería patético si fuera algo que sólo hace un líder político incompetente, pero como, para mi, es sólo una hebra más de la madeja que forma el ovillo de nuestras vidas, es trágico.
Cuando alguien nos dice lo que no funciona, lo que estamos haciendo mal, en lo que nos estamos equivocando -o al menos reflexiona sobre ello y nos lo comunica- nosotros primero lo ignoramos, buscamos nuestra voz interna, que refuerza nuestra posición, nos apoyamos en todas las voces externas que también la comparten. Hasta ahí bien, es algo lógico, es algo comprensible.
Pero cuando esa voz se hace fuerte y nos descubre que realmente tiene razón -al menos en parte-, entonces nos tapamos los oídos y hacemos todo lo posible por ignorarla. Negamos al que nos critica el oído y la palabra. Lo alejamos para que no sea factor, aunque reconozcamos que su reflexión sobre nuestra vida, nuestra sociedad o nuestro gpartido político es acertada. Simplemente nos negamos a seguir escuchando, a seguir hablando. No podemos vivir con la crítica.
Consideramos que esa crítica es un vicio -incluso en los que nos quieren-, consideramos que les mueven objetivos ocultos o personales o simplemente consideramos que son "muy pesados". Reaccionamos alejándonos de todo aquello que nos reitera su desacuerdo con nuetros esquemas, sin darnos cuenta que, a lo mejor, la insistencia en la crítica no es más que un reflejo de nuestra insistencia en un error que, aunque incluso podemos llegar a reconocer, nunca abandonamos.
En fin, como diría un gran político -de derechas, por cierto- La izquierda suele ser el reflejo de la sociedad que queremos y la derecha suele ser el reflejo de la sociedad que tenemos.
Así las cosas, no es estraño que el PP se comporte como se comporta. Puede que sea hilar muy fino, pero por más que uso la rueca de mis reflexiones, no veo donde se rompe la madeja.

viernes, abril 13, 2007

¡Silencio!, se duela

Silencio.
Mil horas de un minuto
y silencio, más silencio,
constante, inacabado.
Silencio,
intentos abortados,
recuerdos y deseos,
soledades perdidas
y sonoro silencio.
Silencio,
arcadas inconstantes,
reflejos estirpados,
risas, gritos, lamentos.
Sólo habla el silencio.
Silencio,
perpetuo, decidido,
baldío, tadío y muerto
en perfecto silencio.
Silencio.
una hora, un suspiro,
un millón de minutos,
un teléfono seco,
un oído agotado,
una semana
y silencio,
sobre todo silencio,
nada salvo silencio.
¡Silencio!

jueves, abril 12, 2007

El nuevo dios de la maternidad

Nuestro egoismo nos está llevando a la demencia.
En sólo una semana, cuatro madres han asesinado a sus hijos recién nacidos.
Cuatro mujeres, supuestamente preparadas genéticamente para los rigores psicológicos y físicos del parto y la maternidad, algo que hombre alguno podría soportar - si hay que hacer caso de lo que afirman aquellas que preconizan la supremacía femenina-, han acabado con la vida de sus hijos e hijas -que en esto parece también que se impone la paridad- recién nacidos. Y sólo en España
Y lo han hecho de las formas más brutales y crueles que se puede imaginar. Han golpeado su cabeza contra la barandilla de una terraza, los han arrojado por la ventana, los han parido y los han asfixiado con un pantalón viejo, los han metido en el microndas.
Uno no quiere imaginar como serían los titulares, los programas de televisión y las calles si ese nivel de brutalidad se hubiese desarrollado en cuatro casos de mujeres muertas a manos de hombres violentos. Pero más allá de eso; más allá de las calladas gargantas que cuando les viene bien piden una sociedad sin violencia doméstica y cuando les viene mal guardan silencio; más allá de gobernantes y gobernantas -supongo que Chaves lo diría así- que engrandecen unas realidades sociales y callan otras; más allá de todos los que lo ignoran con toda sencillez y compricidad criminal, yo, como demonio escribiente, me hago una pregunta ¿Qué les lleva a hacer eso? ¿Qué lleva a alguien a dar a luz y asfixiar a alguien que depende de ella para vivir? ¿Qué motivo puede arguir alguien que arropa el cadáver de un niño muerto por su mano y lo arroja a un contenedor de basura?
Y sólo encuentro una respuesta: el egoismo.
Me podrán hablar de depresiones postparto y yo les podré hablar de medicaciones; me podrán presentar situaciones económicas inestables o deseperadas y yo les podré facilitar la dirección de los servicios sociales y las oficinas de adopción; me podrán explicar el concepto de embarazo no deseadoy yo les podré prestar veinte euros para que compren preservativos.
No hay nada que justifique que, puestas en un plato de la balanza la vida de alguien indefenso que no tiene responsabilidad alguna sobre la situación y en el otro la comodidad, la depresión o la estabilidad de aquella que es plenamente responsable de ese nacimiento, el fiel se incline hacia las necesidades físicas, económicas o psicológicas de aquella que ha obligado a venir al mundo a un ser que no lo ha pedido.
Conozco mujeres que trabajan, crean, ríen y crian a una hija en soledad; sé de mujeres que han puesto en riesgo su estabilidad por convivir y colaborar en la atención de niños más que difíciles; podría citar el nombre de mujeres que, en las peores condiciones económicas, se han preocupado por reservar dinero, atención y cariño para las necesidades de niños que ni siquiquiera eran suyos. Y no hablo de nuestras madres y abuelas. Hablo de mujeres de hoy y probablemente de mañana.
Así que, cualquier argumento se ofrezca a favor de las egoistas asesinas que anteponen sus previsiones económicas y su estabilidad emocional a la vida de alguien que ellas mismas han traído al mundo sólo puede considerarse apologia del asesinato y complicidad con él. Quizás por eso, las adalides del feminismo beligerante guardan silencio en estos casos.
Como sigamos así, llegaremos a la situación de la novela de PD James, Hijos de los Hombres. No es que los humanos dejemos de tener hijos por propia voluntad, es que la naturaleza no nos va a dejar tenerlos para evitar que los sacrifiquemos en el altar de nuestro nuevo dios inmortal y omnipotente: El Egoismo.

miércoles, abril 11, 2007

Herederos de George Alexander

Cuando yo era pequeño -que también lo fui- existía, en uno de los dos únicos canales televisivos, un espacio llamado Sesión de Tarde, que servía para que todos nos reunieramos la sobremesa de los sábados a ver una película. "Niños -gritaba la matrona doméstica-, que empieza la película" y eso significaba que se veía la película. Fuera esta cual fuere.
Tres rostros dominaban ese espacio cinéfilo: El siempre derechofilo y patizambo John Wayne -pronunciado vainer, por supuesto-, el no menos derechófilo e ínclito Burt Lancaster -con su inseparable mudo y nombrado de tal manera que parecía llamarse Burlan Caster- y el no menos heroíco Errol Flint.
Aún hoy, cuando recuerdo esa Sesión de Tarde, hay una película que se me viene a la memoria por encima de las veloces a audaces diligencias, de los saltarines halcones y flechas y de las calzas verdes del balanceante Robin Hood.
Para mi Sesión de tarde es un individuo con gorro de ala ancha, botas altas y sable en mano mandando a cientos de hombres a la muerte al grito de ¡A la carga!. Quizá porque ganaban los indios -algo inaudito en esos tiempos-, quizás porque aún ahora me hago la misma pregunta que entonces: ¿Por qué el General Custer murió con las botas puestas en Little Big Horn, con el Séptimo de Caballería, cuando las naciones indias ya le habían destrozado a los seis regimientos anteriores?
Pasada esta pregunta infantil por el tamiz de lo que soy ahora creo que, en estos días inciertos, la mayoría de nosotros somos herederos del incompetente general que murió heroícamente para evitar que le fusilaran por inutil.
Somos herederos de Custer porque elegimos una estrategia de enfrentamiento a la vida o de supervivencia y somos incapaces de renunciar a ella. No hemos aprendido de los errores de George Alexander -que ese era el nombre de pila del ponderado Custer-.
Podemos huir, resistir, negociar, aguantar, rendirnos, medrar, convencer, atacar, eludir, manipular, engañar, confiar, desconfiar o cualquier otra estrtegia de superviencia afectiva y social, pero somos incapaces de modificarla.
Podemos elegir la esperanza, la desesperación, la alegria, la tristeza, la ignominia, la lealtad, la fuerza, la razón, el optimismo, el pesimismo o cualquier otro tamiz vital. Pero una vez elegido lo convertimos en dogma de fé inquebrantable al que no sabemos renunciar. Y mucho más si alguna vez nos ha resultado.
Da igual que cambie el escenario, las circunstancias e incluso el contricante o el aliado, insistimos en reaccionar siempre de la misma forma en la esperanza baldía de que alguna vez funcione, pese a haber fracasado con anterioridad.
Como el general del antiguo y salvaje oeste, vemos desmoronarse la primera columna en una carga frontal y ordenamos a la segunda que ataque de idéntica manera y, aunque también vemos caer la segunda, enviamos a la tercera y así hasta que nos quedamos sin nada que llevar a la batalla. Y todo porque una vez, hace tiempo, en otras circunstancias, esa estrategia de supervivencia funcionó.
Igual que, en la infancia, ante el televisor en blanco y negro, me preguntaba por qué la caballeria no echaba pie a tierra, formaba esas dos hermosas filas de winchesters -de pie y rodilla en tierra- y esperaba la carga de las naciones indias de Caballo Loco, ahora me pregunto cual es el motivo que nos hace insistir en estrategias que ya nos han fracasado.
No es que quisiera que perdieran los indios -nada más lejos de mis deseos- es que no comprendía porque Custer no era capaz de inventar algo nuevo, de hacer algo diferente. Si ya estaba perdiendo, si ya estaba siendo machacado ¿Qué perdía por intentar algo radicalmente diferente, algo que no estaba en sus estrategias y diseños previos? ¿Por qué insistía en lo que con tanta obviedad estaba fracasando, carga tras carga, regimiento tras regimiento, muerto tras muerto?
Puede ser que el miedo le bloqueara y le impidiera pensar; puede ser que el orgullo le impidiera reconocer que era precisamente su estrategia la causa del fracaso; puede ser...
Pueden ser muchas cosas. Pero Custer murió, con las botas puestas, pero murió.
Quizás deberíamos aprender algo de ello. O quizás no.

martes, abril 10, 2007

Dignidad y beneficio

Después de unos cuantos días mirando hacia dentro hagamos caso al imperturbable Sr. Lobo de Pulp Fiction y dejemos de comernos las pollas.
Claro, que cuando se mira hacia el exterior las cosas tampoco mejoran mucho. Más allá de costaleros indignados por la lluvia pascual -de todos es sabido que eso es culpa de un gobierno laico y con Franco no pasaba- hoy, primer día no pascual después de la Semana Santa, nos desayunamos con la noticia claramente beatífica de que la Comunidad de Madrid le ha regalado dos pisos del IVIMA a los familiares de uno de los fallecidos en el atentado de ETA en la T-4 de Barajas.
Ciertamente puede parecer que es lo que se debería hacer, pero la pregunta que se le antoja a alguien como yo es la siguiente ¿Habrían recibido dos viviendas regaladas los familiares de Diego Armando Estacio si no se hubiera quedado dormido en su coche mientras los servicios de seguridad de Barajas llamaban a la evacuación?
La respuesta es obviamente no. Si fuera un inmigrante más no serviría para hacer campaña antiterrorista -la única quesabehacer el PP-; no serviría para que el Partido Popular pudiera mandar el mensaje "nosotros sí nos ocupamos de la víctimas". Si Estacio hubiera muerto en un accidente de obra, en un accidente de tráfico o en una rellerta entre bandas latinas su familia no hubiera importado nada. No hubiera servido para hacerse la foto.
Y lo que más me llama la atención de todo esto es que la familia de Estacio necesita no una sino dos viviendas para alojarse.
En una de las casas del barrio madrileño de La Ventilla -que ahí es donde se las han entregado- vivirán su madre, su abuela, un tío, seis hermanos y tres niños de los que se desconoce la filiación pero que no son hijos del fallecido. Y en la otra los demás. Otros siete.
¿Dónde vivía esa gente hasta entonces? ¿Todos dependían económicamente de un joven de 19 años que realizaba trabajos esporádicos? ¿La muerte de su familiar les ha dejado a todos en la indigencia?
Una vez más la respuesta a todas esas preguntas es no. Muchos de los que ahora viven en las casas del IVIMA residían fuera de Madrid e incluso fuera de España, concretamente en Ecuador y en Italia. ¿Por qué, una vez terminadas las exequias y el traslado del cuerpo a Ecuador, no se han quedado allí o han vuelto a los países en los cuales es de suponer que se estaban ganando el sustento? ¿Cuantos tíos, primos, hermanos, abuelas o padres de víctimas del terrorismo de ETA o del atentado del 11-M de nacionalidad española o de cualquier otra han recibido viviendas para quese trasladen a residir en España desde sus lugares de origen?
La Comunidad de Madrid otorgó un plazo máximo de diez días a los familiares de las víctimas del 11-M que residían fuera de Madrid para identificar los cadáveres y solventar todos los trámites de sus entierros. Después de ese tiempo tendrían que sufregarse elllos mismos la estancia en Madrid ¿Por qué esa diferencia?
Es evidente que lo que busca el gobierno madrileño es un efecto electoral y propagandístico y, hasta cierto punto, es aceptable. Los políticos están para salir en la foto pese a que ello pueda resultar indignante para todos aquellos que esperan pacientemente, convocatoria tras convocatoria, una vivienda de protección oficial sin conseguirla. Cualquier político decide cual es su estrategia de captación de votos y todos sabemos que para el PP la única cosecha de sufragios que importa es la que proviene del terrorismo. Allá ellos.
Según los portavoces de ese pseudogobierno que Espe ejecuta en Madrid -entre el control riguroso y casi ridículo de los medios de comunicación y las visitas periódicas a las tiendas de Chanel del Barrio de Salamanca-, la normativa que regula las adjudicaciones de viviendas públicas del IVIMA, cuenta con un sistema de adjudicación de viviendas públicas para casos de emergencia social, previsto para acontecimientos extraordinarios como derrumbamientos, catástrofes naturales o actos de terrorismo que requieran la intervención pública inmediata.
Eso es lo que ha servido para otrogar las viviendas a la familia de Estacio. ¡Bravo por ellos! Por fín hacen algo legal.
Pero no dicen que esa normativa fue aprobada hace menos de un año por ellos mismos y que no se ha incluido dentro de ella a más de 36 personas que han perdido sus viviendas por exlosiones de gas -ciertamente desastrosas- en varias localidades de la provincia; que tampoco ha sido utilizada para facilitar viviendas a víctimas de incendios, de edificios declarados en ruinas, de accidentes masivos de tráfico y mucho menos a clanes enteros. Porque la normativa específica que esa concesión se realizara al núcleo familiar que residia en la vivienda siniestrada.
Dejadme que lo repita: en la vivienda siniestrada. No en Italia, no en Eucador, No en Jaen, no en Barcelona. En la vivienda siniestrada. Y queda claro que Diego Armando Estacio no vivía en la T-4, unico inmueble siniestrado en el atentado de ETA. Estacio buscaba piso para irse a vivir con su novia de 21 años, Verónica Arequipa, que, por cierto no está entre los que han entrado en las casas del IVIMA. Si no pasas por la vicaría no formas parte de la familia de nadie ¡Que Madrid es una comunidad del PP!

Dignidad
Pero más allá de los tejemanejes políticos del PP y de su intento de marcarse un punto está algo que se llama dignidad, algo que todo el mundo debe ejercer y tener.
¿Por qué el clan familiar de Carlos Alonso Palate, seguramente tan numeroso como el de Estacio, no ha recibido también sus viviendas? Por una sencilla razón. Han tenido la dignidad de no pedirlas.
No se han acercado desde todos los puntos del globo, arremolinándose en torno al cadáver de su familiar a ver qué caía. No han abandonado trabajos y residencias en otras partes del mundo para llegar a España a reclamar viviendas dignas para poder soportar su dolor. La familia de Palaté ha cogido los 240.000 euros de su indemnización legal y, pese a su dolor, han seguido con sus vidas. Claro que también se han negado a encabezar manifestaciones contra el terrorismo organizadas por las asociaciones vinculadas al PP que todos conocemos.
En esto del terrorismo todo el mundo está con la dignidad de las víctimas y puedo estar de acuerdo. Pero cuestiono la dignidad de cualquiera que se apelotone en torno a un muerto exigiendo dinero; cuestiono la dignidad de cualquiera que, como hijos pródigos alrededor del lecho de un padre moribundo al que odian, se acerquen en busca de la fortuna que la desgracia de otro puede acarrearles; cuestiono la dignidad de abuelas, madres, hermanos que vienen a un entierro, arrastrando a sus hijos a un país extraño, y se aprovechan de una desgracia para lograr un futuro que no han sido capaces de labrarse por si mismos.
Solidaridad con las víctimas, de acuerdo. Pero la dignidad es algo que se debe demostrar. Nadie te la presupone por muy víctima que seas. A cada uno lo suyo.

lunes, abril 09, 2007

Lázaro, sal.

Como en todo, como en lo más cotidiano, tenemos que sufrir las imposiciones de la tradición judeocristiana que nos rodea. Así que, hasta los demonios, hasta los antiteistas, hasta los enemigos jurados del mismo concepto de dios, hemos sufrido y vivido la Semana Santa.
Y algunos hasta hemos tenido nuestra propia Pascua. Por no decir que han aprovechado estas fechas para hacérnosla, la pascua digo.
Pasado hace tiempo, tanto que podría medirse en eones, el tiempo de la pasión y de la gloria hemos tenido que decidir recorrer nuestro camino hacia el calvario.
Porque, eso sí, si los que hemos de llegar al calvario no sacamos los pasos, los 343 pasos necesarios para ascender a nuestro peculiar Gólgota, el monte donde hemos de ser crucificados no viene hasta nosotros.
Vamos, que la montaña nunca viene a Mahoma. Eso sólo pasa en el Islam.
Así que hemos tenido que ascender al monte de la calavera y allí nos hemos enfrentado a nuestros dioses -o a nuestras diosas que, en los tiempos de la paridad, las diosas están en boga-.
Pero, en estos tiempos de éticas múltiples, ni siquiera los dioses lo tienen claro. No hay última cena, no hay consagración, no hay huerto de los olivos, ni siquiera hay domingo de ramos. Hay quien podría pensar que merece la pena sufrir el calvario a cambio de lo que se experimenta con una entrada triunfal en Jerusalem. Y tampoco eso.
Lo más que están dispuestos a darte los dioses de los nuevos calvarios es un café. El último café.
Y como todo está tan liado, los dioses olvidan y se confunden. Son ellos los que te niegan tres veces, son ellos los que te ofrecen la salvación. Pero, desde luego, no te ofrecen tú salvación. Sólo te ofrecen la suya.
Pero hay cosas que nunca cambian. Te ofrecen una nueva vida sin preguntarte si la quieres; deciden que quieres otra vida cuando no te preguntaron si querías la que tienes ahora. Los nuevos dioses quieren apartarse de sus acólitos, de sus servidores y ascender a sus propios cielos o descender a sus `propiosinfiernos, infiernos creados por ellos mismos de los que tú has intentado sacarlos. Pero quieren hacerlo solos.
Sin embargo, para que ellos consigan vencer sus Gehennas privados o recrear sus paraisos pérdidos alguien tiene que subir al calvario. Tiene que haber un holocausto, tiene que haber un sacrificio.
Los dioses homéricos se conformarban con el humo y el olor de la sangre de los animales. Después llegó Jehova y exigió a Abraham que sacrificara a su vástago y Abraham lo hizo: Más tarde el dios de los católicos pidió servidores eunúcos -o por lo menos célibes- sólo dedicados a él. Y los obtuvo.
Los dioses de esta mi semana de calvario -de una forma u otra- obtuvieron todo ello y lo consiguieron porque yo quería dárselo. Pero, cuando ha llegado el momento, han decidido que todo ello les impedía ser dioses, les impedía ascender a unos inexistentes cielos o descender a unos autocreados infiernos.
Pese a ello no han decidido, no han prometido, no han negado. Se han limitado a esperar, sentados en el Gólgota, que yo me crucifique a mi mismo, que sea yo quien decida: Ni siquiera han tenido el valor de decir Has de morir, esa es mi palabra. La falta de intención exime de culpa en la mente de un dios.
En fin, como mandan los cánones, el descenso a los infiernos se ha producido antes de la resurreción. Pero los dioses ya no bajan a rescatar a aquellos que han luchado por ellos. No bajan a compartir la gloria y la pasión. Bajan solamente a alejarse de ellas. Han convertido el infierno en un retiro espiritual.
Aquellos que no manejamos la dinámica de la fe y la creencia, la dinámica del impulso exterior e invisible, no podemos saber si eso es bueno o es malo.
Sólo sabemos que de nada sirve resucitar si no hay alguien a la entrada de la tumba que te ayude a salir. Si no hay un Tomás que meta los dedos en tus heridas para demostrarte que estás vivo. Pero eso era con los antigüos dioses, cuando amar era combatir; cuando La Guardia era leal al reino porque el reino era leal a la vida.
La resurreción significa que alguien te tiende la mano y te grita: Lázaro, sal.
PD: Los que sepan de que va lo entenderán. A los que les interese preguntarán. Los demás no son factor.

viernes, abril 06, 2007

Post 100 en la sabana.

La sabana es la sabana. Siempre lo es. Siempre será el sustrato de una vida en la que la muerte es sólo la opción menos recomendable, pero siempre una opción. La sabana posee siempre vida y siempre tendrá muerte, siempre habrá lluvia y siempre existirá el tórrido calor que mata por presencia y asfixia con su manto.
En sabana siempre hay viento.
-¿Por quién ruge el león? -pregunta el viento en su susurro y las gráciles orejas de la gacela se alzan al escucharlo-.
-Ruge por mi - contesta. Y eso para la gacela apenas significa nada. Apenas es nada. Es tan cotidiano, tan común, que el ruído de una brizna de hierba que cayera a diez metros de donde ella pasta la alteraría más que el bramar de la fiera.
- Yo corrí tras de él, quise ser como él y él se detuvo. Me miró e intentó que aprendiera su caza, su ritmo, su existencia. Y lo inténté.
- ¿Lo intestastéis? - ulula el viento con curiosidad insana-.
- No. Lo intenté. Yo lo intenté. Él no sabía siquiera lo que estaba intentando. No se lo dije. Luego necesité volver a comer hierba y tampoco lo supo. El siguió siendo león. Pero un león no siempre acierta con la presa y cuando falla varias veces el tiempo se hace eterno, el hambre se hace eterna, la furia se diluye. Yo intenté cazar pero no se lo dije. Él no lo supo.
- ¿Y te intentó cazar? - la voz de la brisa parace asentir. Un león siempre es un león en la sabana.
- No. No lo hizo, pero yo lo temí. Necesite ocultarme, necesité alejarme. Necesite pastar de nuevo entre la hierba sin correr, sin cazar. Y lo hice y el león arañaba un día y otro con su zarpa la entrada de la cueva en la que me escondía. Al principio creí que era para cazarme, pero no era para eso. Era para sacarme, para llevarme al pasto, para darme su caza. Pero yo quería estar en esa cueva y allí permanecí.
- ¿Al final, él te hizo salir? - Si el viento se sorprende, aún en un mar de hierba, sopla un poco más fuerte.
- No. Necesité salir y salí y el me esperó de nuevo. Se mantuvo tranquilo, quieto y agazapado, esperando que llegara a hasta él. A veces se acercaba y yo daba unos saltos. Quería ir a hasta él pero temía que el viniera hasta mi. Necesitaba ser yo la que llegara a él.
- Lo entiendo - Y esta vez el susurro del viento sabe que una gacela es siempre una gacela al igual que la sabana es siempre la sabana- ¿Por eso el ahora te llama? ¿Por eso te dejaste atrapar en la jaula de bog y de bambú? ¿Por eso está abierta la puerta?
- No me deje atrapar, me metí sola. Y el león no me llama. Me despide. Necesito estar en un lugar en el que no esté él. Necesito saber si soy gacela o león, ambas cosas o ninguna. Necesito que no esté y por eso se marcha. Pero regresa cerca cada noche, abre la puerta y vuelve a alejarse. Está vez no lo hará.
- ¿Y el león también lo necesita? -la brisa comenzaba a susurrar tristeza-.
- Creo que el necesita encontrar una leona, encontrar alguien que le siga a la caza, que le siga en su vida.
Cuando el viento medita arroja nubes sobre la sabana. El sol comienza a desparecer de los ambarinos ojos de la gacela
- No he preguntado elo que crees que necesita -las nubes hicieron eco el viento- He preguntado qué es lo que necesita.
La gacela deja de rumiar y abre la boca. Si alguna vez lo supo no lo recuerda. Si alguna vez lo oyó no lo escuchó. Si alguna vez lo escuchó no pudo hacerle caso. Ella necesitaba...
- ¿Qué es lo que canta el león en su rugido? -interrumpe el viento sus pesares-.
- Es mi nombre. Shayera, El bien que llega tarde.
- Bonito nombre el tuyo -ulula la brisa sobre las nubes-. ¿Cual es el suyo?
La gacela no sabe. En todo el tiempo de vida y muerte, de amor y desamor, de agua y sangre, pasado en la sabana nunca lo preguntó.
El viento lo comprende. Una sola ráfaga de aire huracanado cierra y encaja la puerta de la jaula. La lluvia se une al viento.
Cuando la sabana no entiende lo que pasa, llora sobre los vivos.

miércoles, abril 04, 2007

La espera y la respuesta

La espera no es respuesta
y la respuesta, mil veces temida,
cien veces descreída
se acerca y se me cierne.
Tres veces se deshizo,
tres veces se negó,
tres veces en la noche
antes del canto del gallo inexistente.

La espera no es respuesta
cuando se teme el dolor,
cuando se anticipa que la honesta
reiteración que vuelve será idéntica.
Tres veces en la huida,
tres cantos en la espera,
tres esperas en la nada.

Si vuelve la respuesta no es respuesta
si cambia, como el cambio,
como el destino alegre que se espera
entonces, sólo entonces,
la espera es la respuesta.
Si vuelve la respuesta siempre dada
no hay nada que esperar,
no hay espera encendida
incluso, no hay respuesta.

martes, abril 03, 2007

Sería verdad si...

En estos días de escasa o nula actividad en la bolgosfera me ha llegado una respuesta a uno de los post que subí con motivo del Día de la Mujer. La respuesta incluía un archivo de Power Point que, dada mi incapacidad blogosférica, he sido incapaz de colgar en esta página. Era una sucesión de frases mas o menos sentenciosas que venían a decir que es hora de dar la vuelta a la tortilla.
Como respuesta estaba bien, pero yo no cumpliría mi función como hombre si no hiciera algunas matizaciones.
La primera frase decía algo así como:
“Por cada mujer fuerte cansada de aparentar debilidad hay un hombre débil cansado de aparentar fortaleza”
Podría estar de acuerdo. Pero yo diría que también hay un hombre fuerte cansado de aparentar no serlo para que su fortaleza no sea catalogada de machismo secular. Para no ser criticado por aquellas que creen que la fortaleza es algo que sólo debe permitírsele a las mujeres. Y cansado de aquellas que defienden que la fortaleza debe cercenarse en los hombres para que aquellas mujeres que son incapaces de encontrar su propia fortaleza no se sientan amenazadas.
La segunda era:
“Por cada mujer cansada de tener que actuar como una tonta hay un hombre agobiado por tener que aparentar saberlo todo”.
Puede que sea cierto, pero también hay un hombre cansado de que muchas mujeres se escuden en esa supuesta imbecilidad para eludir responsabilidades personales y sociales que deberían ser compartidas por todos. Hay también hay un hombre cansado de que se le nieguen las posibilidades de conocimiento sobre cosas, circunstancias y actitudes que las mujeres consideran como propias e innatas por el mero hecho de ser mujeres. Y, por supuesto, hay hombre cansado de escuchar la frase “vosotros no sabéis nada sobre las mujeres”, simplemente porque se niegan a aceptar que un hombre pueda conocer su psicología y su forma de actuar.
Luego añade:
Por cada mujer cansada de ser calificada como “hembra emocional” hay un hombre al que se le ha negado el derecho a llorar y a ser “delicado"
Lo cual estaría muy bien si no hubiera, por cada mujer de esas, un hombre cansado de que haya mujeres que consideren que la sensibilidad épica o deportiva no es sensibilidad; si no hubiera un hombre cansado de que la sensibilidad que despierta el honor, la gloria, la lealtad o el esfuerzo sea considerada como algo propio de neardentales; si no hubiera un hombre hastiado de que se considere el llanto como sinónimo de sensibilidad cuando para todos es evidente que no lo es. Si por cada mujer calificada como hembra emocional no hubiera un hombre cansado de que parezca que ser "delicado" es la única forma de ser sensible y emotivo.
Luego dice:
"Por cada mujer calificada como poco femenina cuando compite hay un hombre cansado de competir para mostrar su masculinidad".
También sería cierto de si detrás de cada mujer que compite no hubiera un sinfín de mujeres que la catalogan como poco femenina. Y si no hubiera un hombre cansado de que se considere que la mujer debe competir en condiciones de ventaja sobre los hombres porque su feminidad le impide igualarlos. Si en la competición no hubiera un concepto de "discriminación positiva" en el que se supone que se debe ayudar a la mujer en la competición con los hombres para garantizar que está al mismo nivel sin perder su feminidad.
"Por cada mujer utilizada como objeto sexual hay un hombre preocupado por su potencia sexual".
Pero, claro, detrás de cada mujer que utiliza a un hombre como objeto sexual, preocupándose de encontrar hombres bellos y musculosos que no pongan problemas, no hay una mujer preocupada e insegura de su feminidad.
Sería cierto, si detrás de cada hombre utilizado como objeto sexual no hubiese una mujer incapaz de preocuparse de otra cosa que de su propio placer, que exige que el hombre haga de su placer algo secundario en beneficio del placer de la mujer, cuando ella no está dispuesta a hacer lo mismo. Si detrás de esas mujeres no hubiera hombres hartos de la frase "no hay mujer frigida sino hombre imponente" que supone la incapacidad para reconocer una carencia que ninguna mujer de esas parece dispuesta a reconocer.
"Por cada mujer que no ha tenido acceso a un trabajo a un salario hay un hombre que debe cargar con la responsabilidad económica del sostenimiento de otro ser humano".
También estaría de acuerdo, si detrás de cada mujer que ha "optado" por dedicarse a su casa y a sus hijos de forma voluntaria no hubiera un hombre al que no se le ha reconocido la posibilidad de esa opción; si detrás de cada mujer que no ha querido contribuir al sustento familiar no hubiera un hombre al que se le ha impuesto por esa misma mujer la obligación de realizar el trabajo de dos y verse apartado de otros elementos de la vida familiar.
Si detrás de cada mujer que renuncia por propia voluntad a su responsabilidad económica para consigo misma no hubiera un hombre explotado y obligado por esa misma mujer a ser lo que no quiere ser.
Por cada mujer que desconoce los mecanismos del automovil, hay un hombre que desconoce los secretos de la cocina.
Lo cual es cierto plenamente hasta que se descubre que nadie considera el desconocimiento de esos mecanismos automovilísticos sea algo que discrimina a los hombres, mientras que parece que no sabercocinar es un insulto hacia toda mujer por parte de los hombres.
"Por cada mujer que da un paso a su liberación hay un hombre que redescubre el valor de la libertad".
Sería hermoso si eso significara que por cada hombre que se libra de las responsabilidades impuestas en exclusiva por el rol social que se le supone hubiera una mujer que las asumiera. La libertad exige responsabilidad y cada derecho exige un deber.
Exigir que se respete la fortaleza supone comprometerse a utilizarla en beneficio de la sociedad.
Exigir que se reconozca el conocimiento supone esforzarse por reconocer la sabiduria forjada en siglos.
Exigir que se respete la sensibilidad y la "delicadeza" supone comprometerse a entender que hay otras sesibilidades que precisan de la "delicadeza" para desarrollarse.
Exigir que se respete la femenidad supone exigirse respetar la masculinidad.
Exigir que se respete la competitividad supone asumir que se realice en idénticas condiciones sin discriminaciones por muy "positivas" que parezcan.
Exigir que alguien se preocupe por tu placer supone exigirte preocuparte por el palcer del otro.
Exigir no ser un objeto sexual supone comprometerse a no utilizar a otros como objetos sexuales.
Exigir el derecho al acceso al trabajo supone exigir el deber de renunciar a la "opción" de quedarse en casa.
Exigir la contribución a unas labores exige la asunción de la obligación de colaborar en otras.
Exigir que se responsabilicen de tu liberación supone responsabilizarte de la de los demás.
Sean hombres o mujeres.
Pero no estamos hablando de eso, ¿Verdad señoras del Power Point? El dia que hagan un PPT destinado a las mujeres en el que, con hermosas fotos y frases sentenciosas, enumeren las responsabilidades y deberes que una mujer debe asumir en una sociedad en igualdad estaremos hablando de lo mismo.

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