miércoles, marzo 28, 2007

El Viejo Gruñón y Miss Lightbell

- Nunca has entendido nada – la voz de la mujer parece emanar de un lugar muy alejado de sus labios y el anciano se vuelve hacia el rincón equivocado cuando intenta dirigirse a ella. Reacciona y descubre el lugar exacto en el que se encuentra.
- No hagas eso. Sabes que siempre me ha molestado-. Ella no se digna contestar a su queja. Sigue hablando.
- Llevas demasiado tiempo entre ellos. Tanto tiempo que has dejado de comprenderlos ¿Qué crees que está pasando? ¿Qué sabes que está pasando? Has matado a un hombre para que tus acólitos recuperen un texto sin valor. La inmensa mayoría de los que verdaderamente tienen un atisbo de lo que ocurre saben esa letanía, al menos una porción de ella. Circula por el mundo desde hace siglos escrita en cientos de idiomas, incluso en algunos que ya nadie habla. Fue robada de las mismas ruinas de Babel. Tu lo sabes. Te lo contaron. Yo lo sé. Estaba allí.
- Pero nadie tiene el texto completo. Eso podría acabar conmigo –al anciano se para un momento, se aleja de su furia un instante y esboza una amplia sonrisa – ...y contigo
- Sabes que no. Al menos deberías saberlo – la anciana pasea en círculos alrededor de la inmensa mesa que ocupa el centro de la sala. Su dedo resbala descuidado por el borde de la misma – No te has aclimatado a su ritmo. ¿Cómo puedes esperar que se cumplan unos designios que están completamente fuera de ritmo? Contémplalos. No me digas que no puedes hacerlo. Te conozco demasiado.
El anciano se aparta de la ventana. Con su dedo pulsa un botón traslúcido de color azul. Un panel sobre la chimenea se desliza y deja al descubierto una batería de monitores. Son más de una docena. Tres de ellos estan encendidos. La mujer emite una sola carcajada.
- ¡Que integrado y moderno! – exclama haciendo un gesto, como pidiendo perdón ante el enfado del hombre – siempre te ha gustado simular la tecnología. Siempre te has avergonzado de lo que eres. ¿Ahora ya no te cuentas entre los apocalípticos?
La mujer, tranquila y efímera, señala a los paneles.
- Mira y aprende por qué te has condenado a ti mismo. Observa lo que está pasando. Para ti no ocurre nada y todo se está desatando.
Mira, ser sin tiempo. Observa una escena entre tantas. Un hombre y una mujer hablan de lo que casi siempre han hablado un hombre y una mujer. Sobre todo cuando uno de ellos quiere sacar a relucir el tema. Observa el ritmo de su vida. No hay posibilidad de evolución. Son trágicos y son lo que son y lo que su velocidad les permite decidir ser. Son espejismos ¿Crees que hablan de amor? ¿Crees que él lo hace? ¿Crees que ella lo escucha?
Los dedos acarician un rostro en la pantalla.
- Míralos bien y comprende el motivo de tu error. Los actos se producen porque han de producirse. Todo es independiente de la voluntad. Tú crees que están sentados ahí donde tú los ves y ellos pueden llegar a creerlo, pero sabes que no es así. Sabes que cada uno es lo que debe ser o lo que ha elegido ser y por eso pueden estar en cualquier otro sitio. Esta es su vida, no la tuya. No hacen lo que quieren hacer; hacen lo que deciden hacer.
La anciana deja de mirar y se enfrenta a su interlocutor. Este la observa manteniendo un ojo en las pantallas.
- Aún crees en la causa y efecto. Aún crees en ti mismo y eso va a ser la causa de tu perdición. Te pierden los lugares. Estas convencido de que presencias tres escenas diferentes, de que la vida está inserta en el continuo que tú has marcado. Es lo mismo. Las convenciones sólo te afectan a ti. El tiempo y el espacio están más allá de tu control y por eso los persigues.
No variaría nada si ella aceptara y no cambiaría nada si él renunciara. El estatismo y el movimiento son consustánciales el uno al otro. Se definen el uno por el otro. No puedes evitar lo inevitable. No le puedes dar un final a lo que no tiene un principio. ¿De verdad aún crees que puedes detener lo que sucede dándole un final? ¿Has aprendido tan poco?
En un gesto casi cómico la mujer se tapa los ojos con las manos.
-No existe posibilidad alguna de que escapen de sí mismos. Ni siquiera son lo que crees que son; ni siquiera se mueven a la velocidad a la que los ves. Ni siquiera se mueven; ni siquiera se quedan parados.
- ¿Es eso lo que crees? – la voz del hombre es la que suena ahora lejos de su cuerpo. La anciana no se inmuta y cierra los ojos lentamente, como saliendo de una ensoñación, como escapando de su propio sueño.
- Eso es lo que sé – por primera vez en toda la conversación le enfrenta directamente – Y tú lo sabes desde antes que yo. Te preocupas demasiado por el papel. Te has convertido en un burócrata. En nuestro negocio eso es un error.
La mirada del hombre fulmina a la anciana, que no hace ademán siquiera de apartarse de él y eso que esta apenas a unos pocos centímetros de su propia nariz.
–Tu cinismo me asombra. ¿Desde cuando esto es un negocio?
- Llevas demasiado tiempo haciendo contratos, vendiendo viento, como para negarlo –pasea la mirada por la sala y extiende el brazo como en un intento de abarcarla –. Hasta tienes sede social.
- Tu también has hecho esos contratos y algunos incluso en mi nombre.
Si la carcajada que había exhalado horas antes había sonado a intento de provocación la que sale ahora de su garganta es la más pura expresión de la diversión. Esta vez no hay ademanes de disculpa.
- Eterna juventud, inmortalidad –sus palabras suena apenas se agota el eco de su carcajada – eso no se puede fijar en un papel. Yo nunca he dado nada que no pudiera cumplir. Nunca he prometido nada que realmente no existiera. Pero tu...
- Yo no negocio - el anciano parece creerse lo que dice-.
- Intenta convencer a otra -La mujer cree frimemente lo que dice-.

No hay comentarios:

Lo pensado y lo escrito

Real Time Analytics