miércoles, marzo 21, 2007

El Concilio Sectario III

Ya le estaba tocando.
Desde que inventó un nuevo concepto de amor en su encíclica, el amigo Ratzinger llevaba casi un año calladito o, para ser más exactos, llevaba casi un año sin ejercer de muñeco del ventrilocuo divino que se supone habla por sus labios de vez en cuando. Así que ya le estaba tocando.
El José Luis Moreno de las alturas ha vuelto a utilizarle para lanzar sus mensajes después de que todos los obispos se reunieran en amor y compañía -amor de dios y compañía del espíritu santo, por supuesto- en un sínodo. Si hace un año abrió la boca para reinventar el amor, en esta ocasión lo ha hecho para desinventar la historia, que inventar dos veces seguidas sería más propio de herejes que de otra cosa ¡Toma Moreno!
Y el inquisidor que se hace llamar Benedicto ha convocado a sus capitanes a la lucha, pero a la lucha ideológica, eso sí.
Podría parecer que es un avance, puesto que si se trata de combatir ideológicamente se reconoce implicitamente que eso en lo que dicen creer es una ideología y por tanto cuestionable. Pero, pese a las apariencias, no es así. Algo tan avanzado no puede salir de Roma.
Lo que ha hecho Ratzinger ha sido quitarse el maquillaje, desempolvarse la nariz y presentarse como lo que realmente es para llamar a los católicos a comportarse como lo que realmente han sido siempre: una secta destructiva.
Para ello, claro, ha tenido que hacer unos ciertos retoques en la exégesis y en la historia pero ¿Que importancia tiene eso en la mente colectiva de un grupo milenario de fanáticos?
El primero de estos retoques está en la propia introducción de Sacramentum caritatis, nombre que ha adoptado la arenga, -¡uy, perdón, quería decir la exhortación postsinodal- que el inquisidor ha lanzado a los capitanes de sus cohortes.
Desde pequeñitos nos habían enseñado y ensañado desde el catecismo que Jesús había muerto por todos los hombres. Pero, al parecer, estaba mal interpretado. Lo que hizo el muchachito de Nazaret fue "morir por sus amigos".
Puede antojarse que es lo mismo pero no lo es. Si no eres su amigo no murió por ti, así que no estás salvado, lo que significa que no mereces nada.
Yo no creo que la muerte de este hebreo en cuestión sirviera para salvar a nadie -salvo a Barrabás si hay que creer la historia-, pero el mensaje está claro: o eres de los nuestros o estas jodido.
El segundo retoque importante que impone este nuevo Ratzinger sectario, que olvidó en Castelgandolfo su disfraz de hombre culto y cosmopolita, es aparcar el Concilio Vaticano II. Así directamente.
Para empezar, afirma que hay que volver a la misa en latín, pero en esta ocasión la forma es casi más importante que el fondo. La frase literal es "la lengua latina es mucho más adecuada para la liturgia eucarística que cualquier lengua local"
Mil quinientos millones de personas hablan chino, ochocientos millones inglés, setecientos millones español y otros tantos indostaní, más de cuatrocientos millones hablan suomi -lo que nosotros llamamos japonés.... y así podríamos llegar hasta los dialectos menos hablados del mundo. Cualquiera de ellos, el maorí, el bable, el tagalo, el bubi o incluso el oglala -que sólo hablan las tirbus de la nación sioux de los indios de nortemérica- tiene más hablantes hoy en día que la lengua de Virgilio, pero don considerados por el Inquisidor Blanco como una lengua local en comparación con el universal latín que hablan -y además sin demasiada fluidez- un total de 1.000 personas en el mundo. Porque esa es la población total de El Vaticano.
Pero lo universal es lo suyo y lo local es lo de los demás. Así suele ser en la mente excluyente de cualquier sectario que sólo se preocupa de imponer sus creencias a cualquier precio.
Lo mismo ocurre con la música. El bueno de Leo - o Joseph, o como quieran llamarlo- considera "músicas más o menos modernas" impropias de acompañar la liturgia a cualquier composición posterior al Gregoriano. Punto pelota.
¿Qué hace que la misa en Re menor de Bach caiga en el mismo saco que la misa campesina de Elsa Baeza o que los motetes de Palestrina o las misas de Mozart, Haydn o Haendel compartan destierro con adaptaciones de dudoso gusto de Joan Baez o el ínclito judío Bob Dylan? La respuesta es muy sencilla. Cómo esas músicas no fueron creadas desde La Iglesia no han de tener valor para ella, aunque algunas sean obras cumbre del arte humano ¡Ole por el papa culto!
Y lo afirman claramente. El gregoriano y el latín serán símbolos de universalización. Nadie entiende como puede ser universal una lengua muerta y una forma musical agonizante, pero ellos no quieren aclimatarse a lo que es universal -entonces darían la misa en inglés-, quieren hacer universal lo suyo, sólo lo suyo al precio que sea. Seis mil milllones novecientos noventa y nueve mil no latino parlantes no importan.
Por no hablar de que, según sus propios mitos, los apostoles recibieron el don de lenguas para predicar el evangelio -lo llaman Pentecostés, creo- Si su dios quería que hablarán en latín, ¿ No debería haber hecho descender sobre sus cabezas copias de la gramática de Cornelio Frontón o de Macrobio en lugar de unas llamitas muy monas que les permitían al parecer ser entendidos en cualquier lengua como si de un curso CCC se tratase?
Y además los evangelios fueron transmitidos oralmente en hebreo y escritos originalmente en griego ¿no deberían ser esos los idiomes más adecuados para su total comprensión?
Pero eso sería introducir la lógica -un factor claramente herético- en los sectarios razonamientos de Ratzinger y sus centuriones. Lo universal es el latín porque es lo que ellos dominan, porque es lo que distingue a su secta de las otras sectas que creen más o menos lo mismo. Y si hay que volverse preconciliar, pues se vuelve uno preconciliar. Y si hay que corregir a su dios a su profeta y a su espíritu santo pues se les enmienda la plana y sanseacabó. Para mejorar su posición de poder el inquisidor austriaco no sólo está dispuesto a ser preconciliar sino que se ha vuelto precristiano. Todo vale.
Pero estos elementos no dejan de ser síntomas de un sectarismo mayor, más profundo y desde luego más peligroso para los que no vamos a misa -aún sabiendo latín- y no somos más amigos de Joshua que de Espartaco, crucificado, por cierto, por idéntico motivo que el renombrado hijo predilecto de Belén: sedición.
Lo que a nosotros nos preocupa de que Ratzinger se cargue el Concilio Vaticano II es que elimina de un plumazo papal el único intento mendianamente serio de esa secta hidropésica que es la Iglesia Católica de convivir con el resto de los mortales.
Ratziger destruye el esfuerzo por considerar el catolicismo como algo personal que se hizo en el concilio, afirmando que los políticos tienen como primera obligación cubrir las necesidades de sus gobernados, independientemente de su moral personal y que la moral es algo individual y no social.
El Torquemada austriaco llama a la lucha ideológica y afirma que los cristianos deben "enfrentarse" a los gobiernos que atenten contra los valores "irrenunciables" de la fe católica. Y eso también vale para los políticos. Nos cargamos la democracia por la cara.
Y los valores irrenunciables no son la solidaridad, la división entre Iglesia y Estado o el reparto de la riqueza -todas ellas claramente expuestas en las supuestas palabras de ese al que llaman Jeús-. No.
Sus valores irrenunciables son la imposibilidad de alterar los planes de dios con respecto a la vida humana, la indisolubilidad del matrimonio, la obligatoriadad de la educación en el catolicismo y, por supuesto, aquello de "hombre y mujer los creó"
Así que al carajo el divorcio, el aborto, la eutanasia, la educación laica y sobre todo aquello de la identidad de género y la posibilidad de elegir o desarrollar libremente tus tendencias sexuales.
Todo político y votante católico debe -me imagino- exigir a los divorciados que se reconcilien, meter a todos los homosexuales y transexuales de nuevo en el armario y tirar la llave, instar a los cornudos y las maltratadas a soportar con estoicismo -no, que eso no es cristiano, con resignación- las humillaciones de su pareja y a encarcelar a cualquier suicida o abortista. Eso es lo que se deduce de las palabras de Ratzinger.
Eso no sería problema si hubiera un sólo país en el mundo en el que la población fuera homogeamente católica. Ellos se lo guisarían y se lo comerían.
Pero si lo pensamos. Esas exhortaciones no pueden ir dirigidas a Asia ni África -el chico de Nazaret no se come un rosco en esas latitudes-. Oceanía y América del Norte son protestantes. Así que, excepción hecha de Suramérica, parece que esa recomendación va dirigida a Europa, la vieja y siempre sufriente Europa.
Pero, si aquilatamos más, tendremos que exceptuar a Rusia y la mayoría de los estados del Este como Bulgaria, Rumania, Serbia, Croacia y Hungría donde los cristianos son ortodoxos; por idéntico motivo, aunque no por idéntica ortodoxia, a Grecia y Macedonia; por musulmanes a Bosnia; por calvinistas a Suiza y por protestantes de uno u otro género a los países nórdicos, Alemania y Austria.
Si tenemos en cuenta que Inglaterra es anglicana y que en Francia hay tantos católicos como protestantes y muchos más que tendrían reacciones escatológicas ante cualquier dios conocido y por conocer, llegamos a la conclusión de que esta arenga ideológica sólo puede intentar aplicarse en Italia, Portugal, Escocia, Irlanda, Polonia y España ¡Siempre nos toca bailar con la más fea!
A Ratziger le da igual lo que quiera la mayoría de los votantes de esos países. Si lo gobiernos no cumplen con la estricta moral católica hay que enfrentarse a ellos en lugar de reconocer el derecho a gobernarse según unos criterios democráticos en los que la opinión de la mayoría se asume y crea gobierno.
¡Resistencia intransigente hasta el final! ¡LLega el Concilio Sectario III! ¡Ratzinger I, el Inquisidor, se sienta en el solio pontificio! ¡Temblad herejes y paganos!
Y de la educación sectaria ya hablaremos otro día.

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