martes, febrero 27, 2007

Profetas mediocres del amor normal


Entre virus estomacales potenciados y bacterias mentales impotentes me he pasado estos días. La inactividad es una perfecta excusa para la reflexión o quizás sea que la reflexión es una perfecta excusa para la inactividad.
En cualquier caso, por no perder el tiempo ni la mente en manos del virus, me he dedicado a ello -a la relfexión y a la inactividad- y he llegado a conclusiones que antaño me hubieran parecido sorprendentes.
A nuestras vidas -a la mía como a la de todos- les hace falta una buena dosis de normalidad.
Hubieramos esperado emociones, heroícidades épicas o arrebatados impulsos líricos. Pasiones y placeres, ordalias y epopeyas, pero nunca hubieramos esperado normalidad, en el más puro y completo sentido de la palabra.
Quizás sea por el estado de mi molesto e irreverente intestino, quizás sea por una especie de destino profético, pero el caso es que en estos días he sido condenado a la mediocridad de las imágenes televisivas y los sonidos radiofónicos.
Es por ello que, navegando en ese mar de peliculas serie B de alto, altisimo presupuesto y canciones de lista de éxitos audibles, descargables y hasta personalizables, he encontrado perlas para definir la normalidad, el ansia de esa situación. Quizás la mediocridad esté destinada a ser el apostol de la normalidad.
Un día te paras a pensar y te das cuenta de que ya no se ansían las grandes pasiones, los grandes momentos de sexo -no lujuria, que el pecado es el pecado- desmedido, las fantasías y hechos de arrebatos públicos o los sueños y deseos de situaciones que algunos ni siquiera han leído en los libros.
Ya no se ansía eso; ya no se añora lo pasado y lo tenido. Solamente se desea y se espera alguien que en alguna ocasión crea que te quiere un poco más que a sí mismo, como dice la canción de aquellos que se quedaron, desafiando todas las normativas sanitarias, con el apendice del genial pintor holandés. "Creí que te quería un poco más que a mí", masculla la inefable Amaya en su estribillo.
No esperas que alguien te ame por encima de todas las cosas en una emulación perversa de ese primer mandamiento que nunca se cumplió; no esperas que te anteponga a sus gustos, a sus necesidades, a sus planes, a sus inquietudes, a sus carencias o a sus congojas. No esperas nada de eso. Simplemente esperas una devota seguidora de la normalidad que en ocasiones te quiera más que sí misma. Porque tu estás dispuesto a hacer lo mismo, incluso más. Sólo un poco más, que tampoco hay que excederse.
Esa exigencia de un amor normal, esa definición no sólo se encuentra en el límite de lo políticamente incorrecto, sino que es baldía, definitivamente imposible, imposiblemente definitiva.
Y cuando no lo encuentras, cuando no lo consigues, cuando ni la espera ni el desepero, logran plegar un instante la turbia realidad para atisbar ese "te quería un poco más que a mi", tampoco aparecen las grandes frustraciones, los grandes dramas, ni los momentos de fricción y dolor desgarradores.
Sólo se muestra la inevitable reflexión de un hombre de los tercios de Flándes con un extraño acento, introducido a capón en una película que ha gastado todo su presupuesto en publicidad, dada la mediocridad de todo lo que no sea merchandising.
Cuando el amor, el sexo, la vida normal no llega a tu playa, simplemente te encoges de hombros como el nórdico Alatriste y dices lo mismo que él, aunque eludiendo su frustrante acento, que para algo lleva uno practicando el acento madrileño desde su más tierna infancia.
Afilas tus armas con desgana y afirmas: "se ama una vez, incluso dos, y luego se deja de hacerlo". ¿Así de fácil? -pregunta un apasionado personaje que pena de amores junto al capitán-
Así de díficil, contesta Mortensen siseando para el cuello de su camisa.
En fín, que podría decirse que había que moverse, que hacer algo, para eludir esta situación que ni siquiera te propone una minima normalidad en el amor o en el desamor.
Pero claro, introducidos en el imperio de las películas serie B, sólo cabe terminar con una frase del auténtico rey de las producciones y guiones que se encuentran en los mas bajos estadios alfabéticos.
"No puedo avanzar porque perdería lo tengo y no puedo retroceder porque nunca llegaría a lo que busco".
Y lo dice Jean Claude Van Damme.
Buenas noches, capullos.

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