viernes, noviembre 17, 2006

Madame Royal

Segolene Royal. Es un nombre, es un ideario, es un rostro, es una voluntad. Es la candidata socialista a la presidencia de Francia. Ah, y por cierto, es una mujer.
Y ese hecho, ese nimio detalle en el que sólo se fijan aquellos que quieren encontrar algo que echarle en cara -como si eso se le pudiera hechar en cara-, es lo único que hace tremolar banderas, elevar felicitaciones, rellenar columnas y hacer titulares.
Mientras el socialismo francés, el único que queda en Europa, se felicita de tener por fin una oportunidad contra el don de gentes, contra el populismo y contra la inteligencia política de un Jaques Chirac que ha colocado a la derecha francesa en una posición de privilegio en la lucha política de su país, las mujeres, las mujeres políticas del nuestro, sólo se fijan en el hecho de que Royal lleva ternos con falda y no con pantalones.
Pero Royal no es su amiga, no puede ser su bandera, no puede ser su heroína. Podría ser su ejemplo, pero nunca será el espejo en el que esas mujeres puedan mirarse.
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Royal milita desde los 20 años en uno de los partidos con más militancia del mundo. Fue diputada a los 35 años tras pasar tres elecciones primarias -algo que se estila en el país que, a despecho de los Estados Unidos, inventó la democracia. Y lleva un lustro dirigiendo con mano dura hacia el progreso una de las regiones más conflictivas de un Estado que hace del conflicto social un auténtico arte de supervivencia.
Royal no puede ser amiga de presidentas autonomicas de rosa Chanel ni de vicepresidentas de gesto torcido y talante autoritario. La socialista Segolene no ha sido protegida por una disriminación positiva que olvida que cualquier discriminación es negativa; no ha sido encumbranda por un concepto de paridad en el gobierno que ignora el hecho de que la militancia femenina en organizaciones políticas y sindicales en nuestro país no supera el 20 por ciento. Y, desde luego, no está colocada por el dedo del líder y el dinero de uno de los barones de un partido conservador para dirigir una comunidad que el mejor de los políticos de ese partido, el ecléctico y provocador Gallardon, estaba agotado de dirigir.
Segolene no puede tomar el té con Esperanza, con María Teresa ni con Carme. Segolene es una política. La mejor politíca socialista de Francia. Y eso es decir mucho.
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Así que no se feliciten, adalides de la igualdad forzada, defensoras de la discriminación positiva, inquisidoras de la sociedad paritaria. Segolene es su enemiga. Segolene es la única prueba que tenemos los que defendemos la igualdad de que su política, la política de imposición de la presencia de un sector social, es un error, un error injusto y artero.
Segolene Royal ha demostrado tener más que carisma que cualquiera de los demás líderes de su partido, mas fidelidad ideológica, más oportunismo político, más capacidad de maniobra y más intuición que el resto de sus competidores en la carrera hacia la candidatura a la presidencia gala. Y lo ha hecho porque la militancia, el gobierno y la lucha política de toda una vida la han preparado para ello.
Ha derrotado a sus contricantes no porque sea mujer y la amparen los cupos y las paridades; no porque sea mujer y aporte el punto de vista femenino a la política; no porque sea mujer y los otros se hayan apartado caballerosamente y le hayan sujetado la puerta en aras de la discriminación positiva.
Segolene ha ganado por ser política no por ser mujer. Les conviene no olvidarlo, esconder sus banderas y ponerse a trabajar, a medrar o a maquinar si quieren acceder a un puesto al que sólo se asciende de una manera, seas hombre o mujer: por encima de los cadáveres políticos de tus contricantes.
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Segolene es su rival y lo será siempre, porque cada sonrisa, cada apreton de manos, cada voto de los compromisarios del congreso socialista francés les recuerda que sus leyes paritarias, sus discriminaciones positivas y sus vestidos de Chanel no son necesarios para alcanzar el poder político. Que la inteligencia, la intuición, el oportunismo y la fortaleza ideológica no puede garantizarse por ley, no puede reservarse por cupo. Hay que tenerlos.
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Lamento comunicarles, sumas sacerdotisas de esos conceptos vacuos e injustos, que cada vez que Segolene, madame Royal, aparezca en un periódico, en un telediario o en un acto público, su posición en sus partidos y sus gobiernos será poco menos que un chiste.
Yo que ustedes me escondería durante un tiempo y me replantearía cómo llegar al poder, como mantenerse en él y como dejar de hacer el rídiculo exigiendo por su condición de mujer algo que no se ha ganado por su condición de política.
Si, en primavera, Segolene Royal se convierte en presidenta de Francia, el país vecino no será un país mejor porque lo dirija una mujer. Será un país mejor, si llega a serlo, porque lo dirigirá una socialista. Dolorosamente sencillo e insultante para el Chanel y la paridad de nuestras políticas.

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