lunes, noviembre 06, 2006

La pantomima de la horca

Un mes casi ha pasado desde que trabajos y diversiones me han alejado de este espacio, pero como buen demonio no os quito la vista de encima.
Y vuelvo para hablar del gran monstruo, del pérfido dictador que colgará de una cuerda de aquí a un recuento de votos en Florida, a poco que las elecciones estadounidenses sean un poco apuradas.
Sadam Husein ha sido condenado a muerte y con eso parece que el mundo está bien hecho. Se acabó. Punto final.
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Pero claro, en la obviedad de que el mundo estará mejor sin Sadam Husein -algo que se antoja incuestinable- se esconde una falacia que tampoco admite discusión. Una falacia que el amo de lo absurdo, el señor de las incongruencias y las galletitas saladas, se ha apresurado a exponer. "El resultado del juicio es una avance para la libertad"
Y ya está dicho.
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Resulta que un jucio en el que los fiscales se convierten en jueces de repente, en el que los magistrados renuncian y son cambiados por el poder ejecutivo con la excusa de que "simpatizan demasiado con el reo", en el que se presentan ciento sesenta testigos que no pueden aportar mas que el relato de un genocidio y ni uno que pueda afirmar -aunque sea falsamente- que estaba en la sala de mando de Sadam cuando dio la orden es un avance para la libertad.
La obsesión de Estados Unidos por mantener las formas ha hecho un flaco favor a la democracia y la división de poderes irakí, si es que está llega a implantarse en alguna ocasión.
A Somoza, el cruel general que rigió los destinos de Nicaragua, le hicieron saltar por los aires, a Hitler o Musolini les sobrevino la muerte autoinducida en su bunker o colgado de una farola sin juicio ninguno; incluso a Slovodan Milosevic, el adalid de la perversa limpieza étnica balcánica, le llegó su muerte antes de que una sentencia convirtiera su juicio en una farsa.
Pero Estados Unidos y su gobierno satélite de Irak han llevado el jucio al rango de esperpento. Matar a un dictador es un acto en beneficio de la libertad -más allá de pacifismos y consideraciones humanitarias-, pero realizar un juicio dantesco en torno a él no beneficia en nada causa alguna.
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Charles Manson o cualquier otro psicópata mítico hubiera salido a la calle en cualquier tribunal estadounidense si alguien le hubiera exhibido en TV mientras se registraba su dentadura, si el Secretario de Estado de Estados Unidos hubiera ascendido en mitad del proceso al fiscal a juez y le hubiera designado como magistrado. Pero en el juicio de Husein, como otrora ocurriera en los de Nuremberg, todo vale para lograr el objetivo, una condena a muerte.
Y la imagen o el atisbo de Sadam pendiendo de la horca nos hace olvidar que a ese elemento en cuestión se le detuvo por poseer armas de destrucción masiva, no por asesinar chiitas; se le detuvo por estar relacionado con Al Qaeda, no por ejecutar kurdos. Pero se le termina condenando a muerte por un delito del que no fue acusado cuando las legiones de la libertad -entendida como el séptimo de caballería yanki- desembarcaron en Irak para prenderle.
El mundo está mejor con Sadam muerto, pero está mucho peor cuando se manipula un juicio y todo un sistema para conseguir una falsa apariencia de legalidad en esa muerte que nadie cree y a nadie convence.
El dios en quien no creo no quiera que alguien considere que eso es justicia de verdad y se dedique a secuestrar a Bush y juzgarle en un granero por Guantánamo, Afganistán, Suramérica y otras cuantas operaciones mas o menos encubiertas de sus servicios secretos. Y le condene a muerte
Eso si, con inyeccion letal, que es más civilizado.

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