miércoles, junio 14, 2006

¡Que me quede como estoy!

Hoy sólo se puede hablar en España de uan cosa. La selección de fútbol. Mañana sólo se hablará de lo mala que es la selección de fútbol. eso si pierde. Si gana hablaremos de la suerte que tiene la selección de fútbol. Porque ese contumaz y recurrente elemento que es para nuestro país la selección española de fútbol es uno de los ejemplos más claros de como aquel señor de las barbas blancas y la mente afilada llamado Miguel de Unamuno calificó como el sentimiento trágico.
Los españoles llevamos generaciones instalados en el teatro del martirio, en la necesidad que convierte el azar en un camino irremisible hacia la tragedia.
Siempre estamos convencidos de que vamos a perder, de que las cosas pueden ir peor, de que si nos movemos el mundo se quedará en su sitio y nosotros no tendremos donde apoyar los pies.
Ese sentimiento resulta a veces gratificante. A veces colocarte en lo pero te sirve para disfrutar de la más pírrica de las victorias -aunque sea contr la selección de Mali-. Pero ese sentimiento sirve sólo para las cosas nimías e intrascendentes. Para todo lo demás es una carga demasiado pesada.
Ese sentimiento trágico de la vida arrastra a un país, a los que trabajan en un país, a ser la población laboral más resignada de Europa, con el menor número de conflictos laborales por año de todo su entorno.
Los jóvenes franceses hacen arder París -y en Francia ya se ha perdido la cuanta de cuantas veces ha ardido la Ciudad de las Luces- reivindicando una vida laboral digna y una solución digna para los problemas de la integración migratoria.
Mientras, en España la misma generación se reune para reclamar su derecho a realizar macrobotellones en los que se puedan emborrachar a conciencia y olvidar lo mal que esta todo, entonando la versión Hip-Hop del tradcional "madrecita, madrecita que me quede como estoy".
Ese es nuestro sentimiento trágico de España. Ese es el lastre con el que nosotros y los nuestros nos enfrentamos a nuestra realidad.
Nuestra infinita tragedia, nuestro irredimible martirio hace que nadie opte por cambiar porque es posible que sea el único que se decida a hacerlo.
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